Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Un cirujano singular (tercera parte)

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Así terminaba mi colaboración de la semana pasada:

“Hay mucho más en Confesiones, pero el espacio disponible siempre marca un límite. La semana próxima reseñaremos el tercer volumen de las memorias de Henry Marsh”.

Pues bien, cambio de planes. Sí, sí hay mucho más en Confesiones que deseo compartir aquí, así que dejaremos para la (s) próxima (s) semana (s) los comentarios sobre Al final, asuntos de vida o muerte, el más reciente volumen de sus memorias.

El doctor Henry Marsh, se encuentra en el proceso de jubilarse como neurocirujano del sector público. Su salida del hospital en el que trabajó durante tantos años me recordó la de mi reciente jubilación y la de mi esposa:

“Abandoné el hospital dos semanas más tarde, tras haber despejado mi despacho. Me libré de la montaña de cosas superfluas que un cirujano adjunto acumula en el transcurso de su carrera… Pasé varios días vaciando los ocho archivadores, deteniéndome de vez en cuando a leer, divertido, algunos dictámenes, planes y protocolos, informes y estudios… También había algunas carpetas con los casos en que me habían demandado o enviado amargas cartas de queja, de las que me apresuré a apartar la vista, puesto que eran recuerdos muy dolorosos. En cuanto acabé de revisarlo todo, abandoné mi despacho, dejándolo vacío para mi sucesor. No lo lamenté en lo más mínimo”.

En Confesiones, Henry Marsh también nos cuenta sus experiencias en el Nepal como cirujano visitante en el hospital neurológico de su amigo Dev. Las reflexiones de esta estancia, como las que nos brindó en su primer libro sobre Ucrania, no tienen desperdicio. Hay un choque de culturas, desde luego, pero también interesantes cavilaciones sobre las consecuencias de la pobreza, la ignorancia y, a la par, de la felicidad y la belleza que un cirujano del primer mundo encuentra viviendo en un lugar remoto con el contenido de su maleta como única posesión personal. La escasez de bienes materiales entre los nepalíes despierta en Marsh admiración, respeto y solidaridad, y le hace comprender cuán inútiles son nuestros afanes por perseguir el éxito y la comodidad de la vida moderna. De nuevo asoma la conciencia de la gran cantidad de cosas absurdamente innecesarias que acumulamos a lo largo de nuestra existencia.

Como gemas incrustadas y medio ocultas por las rocas, encuentro pensamientos como este, con cuyo diagnóstico y pronóstico me identifico plenamente:

“Hoy en día, sin embargo, la autoridad en los hospitales ha pasado gradualmente del personal clínico a directivos ajenos al mundo hospitalario –cuyo cometido consiste en satisfacer a sus señores políticos en su empeño de recortar gastos–, así que no debería sorprendernos que la atención de los enfermos se resienta”.

El recuerdo de ciertas experiencias cercanas al éxtasis que tuvo durante su juventud nos acerca al que será el tercer volumen de sus memorias, fuente de los próximos comentarios:

“No encontré a Dios con mi extática experiencia, pero sí descubrí que mi propia mente era un misterio profundo, y que lo sagrado y lo profano están inextricablemente enlazados. Tiene que existir algún correlato neural para eso, según el cual el instinto básico de procrear, presente en casi todos los seres vivos, se entrelace con los complejos sentimientos y el razonamiento abstracto que han alcanzado nuestros cerebros gracias a la evolución. Este sentimiento de misterio con respecto a mi propia conciencia, aunque sin éxtasis alguno, se ha vuelto más y más fuerte estos últimos años, a medida que mi vida empieza a desmarañarse y acercarse a su final. Supongo que es un sustituto de la fe religiosa y, en parte, una preparación para la muerte”.

Henry Marsh se vuelve filósofo en la medida que deja de ser cirujano. Fruto provechoso del médico que cosecha lo bueno que sembró a lo largo de su vida.

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Artículos anteriores:
Un cirujano singular (segunda parte)
Un cirujano singular (primera parte)
Buitres
Transparencias e impudicias
Sestear (segunda parte)
Sestear (primera parte)
La doblez de los poderosos
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