El ciudadano atento
DOS ROMANOS VIEJOS
(segunda parte)
Dr. Luis Muñoz Fernández
En De Senectute, Cicerón sitúa el diálogo entre Catón el Viejo, de ochenta y cuatro años, Escipión Emiliano, de treinta y cinco, y Cayo Lelio, de treinta y seis, en el año 150 a.C. Catón, gran hombre público, cónsul y censor, se dirige así a sus dos jóvenes interlocutores:
“Cuando reflexiono, hallo cuatro causas por las que parece miserable la vejez: la primera, porque apartaría de administrar los negocios; la segunda, porque haría más débil al cuerpo; la tercera, porque privaría de casi todos los placeres; la cuarta, porque no estaría lejos de la muerte. Veamos, si os convence, cuán importante y cuán justa es cada una de estas causas”.
Y Catón desmonta uno a uno los cuatro reproches que se le hacen a vejez. Así lo resume Pedro Olalla en su De Senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón:
“A los que dicen que aparta de la acción, tú les recuerdas que las acciones más valiosas no se llevan a cabo con el ímpetu ni con la agilidad de los cuerpos, sino con el conocimiento, la competencia y el juicio, pertrechos de los que la vejez no sólo no está huérfana, sino que suele incluso estar sobrada. A los que alegan que borra la memoria, tú les haces notar que suele abandonarnos por no usarla, que perdemos destrezas cuando perdemos previamente el interés y la dedicación. A los que la acusan de quitar la salud, les apercibes bien haciéndoles saber que la salud es labor de una vida, y que hay que cultivarla desde que se nace para no echarla en falta en la vejez. A los que le reprochan llevarse los placeres, les haces meditar si no será exceso aquello que se lleva, pues no faltan placeres sutiles en la edad avanzada para el alma sensible que no se encuentra atada a los tiránicos. A los que la culpan de tornar a los hombres irascibles, huraños, retrógrados y avaros, tú les replicas que esas lacras vienen con cada uno y no con la vejez, porque, si fuera esta quien las trae, se las traería a todos. Y a los que, finalmente, la aborrecen por su proximidad a la muerte, les recuerdas que esta se puede presentar a cualquier hora, y que el anciano, empero, tiene ya a su favor que no haya sido pronto. Así, demuestras ante todos que envejecer bien no es, en el fondo, un acto de renuncia, sino de voluntad, y que esos males que muchos temen padecer con la llegada de la edad postrera son, en su mayoría, defectos de su propio carácter y no de dicha edad”.
Lucio Anneo Séneca, filósofo estoico, cuestor, pretor, senador y cónsul durante los reinados de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, empieza su diálogo De brevitate vitae (Sobre la brevedad de la vida) señalando la queja muy frecuente de lo poco que dura la vida:
“No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y, si toda ella se invierte bien, se concede con la amplitud necesaria para la consecución de la mayor parte de las cosas. Pero si transcurre entre exceso y negligencia, y no se emplea en nada bueno, sólo cuando nos oprime la última hora sentimos que se va lo que no comprendimos que pasaba. Lo que significa que no recibimos una vida breve, sino que la abreviamos; y que no somos indigentes de vida, sino derrochadores. Así como riquezas abundantes y propias de un rey, si caen en mal dueño, al momento se disipan, y una fortuna módica, si la lleva un buen gestor, crece al usarla, así nuestro tiempo de vida rinde mucho a quien lo administra bien”.
Para concluir la referencia a los dos romanos viejos, estas palabras también de Séneca:
“¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se ha portado con generosidad; la vida, si sabes usarla, es larga. Pero a uno lo domina la insaciable avaricia, a otro, el afán de ocuparse en quehaceres superfluos; uno se impregna de vino, otro se adormece en la inacción; uno se fatiga con la ambición siempre pendiente de los juicios ajenos, otro, metido de cabeza en la pasión de comerciar… a muchos les absorbe el sentimiento de la fortuna ajena o la queja por la propia…
Les urgen y les acosan los vicios por todas partes, y no les dejan levantarse ni elevar los ojos para el discernimiento de la verdad, sino que los aplastan inmersos y hundidos en la pasión”.
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Dos romanos viejos (primera parte)
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