Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

El que vino de lejanas tierras a contar algo

Dr. Luis Muñoz Fernández 

No puede ser casualidad. Primero mi hijo, que ha hecho de la música su pasión, empezó a tocar sus melodías con la guitarra y me habló de él. Yo recordaba su nombre y alguna canción –Los ejes de mi carreta– de mi lejana infancia española. A principios de este mes, Rodolfo Vázquez Cardozo, poseedor de un sólido intelecto y una lucidez cegadora, que encima me honra con su amistad, me decía que a veces uno, entretenido como está con sus cosas, ignora a grandes personajes del mundo y se priva de sus aportaciones maravillosas. De inmediato recordé a Atahualpa Yupanqui (1908-1992) y así se lo dije a Rodolfo que, como buen argentino, me respondió enviándome el enlace de una entrevista que le hizo el periodista y locutor Joaquín Soler Serrano (1919-2010), otro personaje de mi infancia del que ya no me había vuelto a acordar en más de cuarenta años.

Valga la pena señalar aquí que la estatura de ambos, entrevistado y entrevistador, es gigantesca, y que hoy se echan mucho de menos diálogos de tal calidad, emoción, sabiduría e inteligencia como el que entablaron ambos. Hoy, donde a cualquiera se le considera artista, o se planta frente a un micrófono o una cámara para decirse locutor o periodista, ser testigo de esa conversación nos hace conscientes de la vulgaridad y la mezquindad en la que estamos inmersos. Dicha entrevista puede disfrutarse en YouTube.

A partir de ahí me puse a escuchar las melodías y canciones de Atahualpa Yupanqui, interpretadas con su inseparable guitarra, y he leído algo de su azarosa vida, fiel reflejo de lo que interpretaba. Al envejecer, a algunos se les acentúan las manías y los defectos y se les hincha el ego. Otros, por el contrario, prefieren encogerse, liberarse de lastres, prejuicios y atavismos, en una palabra, aligerarse. Hoy creo que en esa levedad, en esa sencillez de la vida y de las cosas, hay mucha más y más profunda sabiduría que la contenida en los volúmenes de todas las bibliotecas del mundo.

Atahualpa Yupanqui, nombre artístico que tomó del quéchua, significa “el que viene de lejanas tierras a contar algo”. Su verdadero nombre era Héctor Roberto Chavero Aramburu, un lejando descendiente por rama paterna de los indios que antaño vivieron en las zonas andinas de Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina. Su familia materna provenía del País Vasco. Un mestizaje afortunado que, como otro cualquiera, distingue a todos los seres humanos, dejando en nada ideas tan absurdas como la pureza racial y la grandeza cultural de un pueblo por encima de la de los demás. Me parece que su rostro, aindiado y, a la vez, de marcados rasgos vascones, era un tributo al criollo, al mestizo y al indio. Por eso la letra de sus canciones está empapada de todos ellos.

De las canciones que he estado escuchando, la que más me gusta es El payador perseguido –hay versiones de diferente extensión–, la que Joaquín Soler Serrano llama su obra más madura y Atahualpa considera parcialmente autobiográfica, pues a él lo persiguieron, encarcelaron e intentaron destrozarle la mano para que ya no tocase ni cantase más. Un canto a la dignidad del pobre. La letra es un tratado de sabiduría que revela verdades profundas a quien tenga la paciencia de escucharla y buscar el significado de ciertas palabras muy propias de aquellos tiempos y aquellas tierras y gentes.

En la entrevista cuenta una de esas verdades en la boca de un gaucho llamado Justino Leyva al que le preguntaron: “¿Qué es para usted un amigo?”. El gaucho, tras dar pensando un par de chupadas al cigarrillo, respondió: “Un amigo es uno mismo con otro cuero”, es decir, un amigo es uno mismo con otra piel. ¿No es eso sabiduría pura de un analfabeto pobre pero que llevaba, como dice Atahualpa, “la cultura en la sangre”? Y relatando un viaje a Tucumán, en el norte de Argentina, donde conoció el sonido del bombo, escuchó decir: “El bombo no hace más que imitar la respiración jadeante de la tierra cansada de dar frutos”. Escépticos, podemos rechazar esa afirmación porque nos parece irracional, pero ahí se esconde otra gran verdad ante la que la ciencia está sorda y ciega.

Me identifico hondamente con Atahualpa Yupanqui porque yo también, toda proporción guardada, vine de lejanas tierras a contar historias.

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