El ciudadano atento
Enfermedades imaginadas
Dr. Luis Muñoz Fernández
La medicina, como casi todas las actividades y disciplinas humanas, se ve influida por las ideas que predominan en cada época. Algunas de estas ideas se originan en las instituciones académicas y en los laboratorios de investigación, pero otras provienen de ámbitos tan ajenos como la economía y la política.
De todas las ramas de la medicina, la que contiene más controversias y enigmas por resolver es la psiquiatría. Incluso para Thomas Szasz, catedrático de psiquiatría de la Universidad de Siracusa, en el estado de Nueva York, lo que llamamos enfermedad mental no existe. Roy Porter, en su Breve historia de la locura (2002), señala lo siguiente:
“Pasa Szasz, quien ha sostenido estas opiniones durante los últimos cuarenta años, la enfermedad mental no es un padecimiento cuya naturaleza sea elucidada por la ciencia, sino más bien un mito inventado por psiquiatras con aspiraciones de ascenso profesional y respaldado por la sociedad, pues valida soluciones cómodas respecto a personas problemáticas”.
Hoy se considera a la enfermedad mental una alteración biológica que en última instancia se debe a cierto desequilibrio de los neurotransmisores, las moléculas mediadoras de la comunicación entre las neuronas. Desde que en 1952 se descubrió la utilidad de la cloropromazina para tratar la psicosis, el uso de medicamentos en las enfermedades mentales ha ido en aumento hasta convertirse en la terapéutica estándar a la que recurre la mayoría de los psiquiatras.
James Le Fanu, médico y escritor, lo resume de la siguiente manera en El ascenso y la caída de la medicina moderna (2012):
“Sabemos que un puñado de medicamentos descubiertos accidentalmente hace casi cincuenta años son eficaces para mejorar los síntomas de la esquizofrenia y la depresión. Pero cómo actúan, cuál es la naturaleza de los cambios cerebrales de estas enfermedades y, especialmente, sus causas, son cuestiones cuya respuesta sigue siendo un misterio”.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés), publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y cuya quinta y última edición apareció en 2013, es la referencia más importante para clasificar las enfermedades mentales en la actualidad. Como toda clasificación, es imperfecta, pero parece serlo mucho más por el tipo de afecciones de las que trata. Eso es lo que señala Néstor A. Braunstein (1941-2022), médico y psicoanalista de origen argentino naturalizado mexicano, en su extraordinario libro Clasificar en psiquiatría (2013).
Braunstein nos revela que las primeras clasificaciones de las enfermedades mentales se inspiraron en la famosa taxonomía botánica de Carlos Linneo, lo que, de entrada, sorprende por la poca relación que existe entre las especies vegetales y las enfermedades mentales. Además, encuentra analogías, algunas jocosas, entre el DSM y cierta clasificación de los animales inventada por Jorge Luis Borges, que se basó en una supuesta enciclopedia china de conocimientos benévolos. La mención de esta analogía en un congreso le valió la expulsión tácita de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.
Asimismo, señala que la clasificación actual de las enfermedades mentales se remonta a la creada por el psiquiatra alemán Emil Kraepelin (1856-1926). Con el paso de tiempo, fue evolucionando y actualizándose para convertirse en una nueva tendencia del conocimiento “que corre detrás de la progresiva tecnificación, burocratización y medicalización de la especialidad que debe adecuarse a los fines de la sociedad de control: posmoderna, posindustrial, poscapitalista, según se prefiera. El objetivo es, hoy, clasificar a todos los sujetos de esta posmodernidad encerrándolos en los cajones del espacio taxonómico regenteado por la ciencia médica”.
Para este psicoanalista, la falta de conocimiento sobre las causas de las enfermedades mentales hace que su clasificación actual sea poco más o menos un ejercicio borgiano de imaginación.
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