Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Eufemismos

Dr. Luis Muñoz Fernández 

El diccionario define eufemismo como “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Visto así, el eufemismo formaría parte de las reglas de urbanidad (“cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”) y ayudaría a la comunicación entre las personas.

Hoy vivimos momentos en los que se cuida lo que se dice no sólo como una manifestación de buena educación, sino de lo políticamente correcto. Basta una equivocación en el género gramatical para desencadenar la furia del interlocutor, en especial si pertenece a algunas de las minorías injusta y crónicamente relegadas. Además, gracias a la capacidad de replicación y amplificación de las redes sociales, la reacción del ofendido u ofendida puede alcanzar dimensiones globales en muy poco tiempo. El lenguaje público pasa por hoy por una supervisión estrecha a cargo de censores cuyas intenciones no son siempre las mejores.

En este ambiente casi inquisitorial, los eufemismos han ganado protagonismo y gozan de mucha popularidad, sin que muchas veces quienes los usan se detengan a pensar en ello. En el manantial de las ocurrencias han brotado nuevas expresiones para referirse a viejos fenómenos, palabras que tranquilizan las conciencias y, no pocas veces, desvían la atención de ciertos hechos y condiciones que mucho merecerían la atención, la reflexión y la reacción de todos nosotros.

Desde el luego que hay eufemismos que cumplen su función facilitando una comunicación sin sobresaltos. Pero también los hay que sirven para encubrir realidades que se suponen incómodas, aunque estén presentes y sean ubicuas. Pantallas de humo que impiden pensar en nuestra condición humana, frágil y fugaz, en las injusticias sempiternas, en las conductas atroces que a fuerza de ser cotidianas ya no nos indignan.

A los ancianos se les llama ahora “adultos en plenitud”, expresión que hace énfasis en una vejez feliz, en la cosecha de toda una vida, si bien la plenitud física y psíquica sean ya cosa del pasado. Eso no significa que neguemos la posibilidad de una vida plena en su última etapa, pero es evidente que el eufemismo trata de evitar términos como “viejo”, que contradice la frivolidad medioambiental y el culto a la última novedad que hoy imperan.

Lo mismo puede decirse de “inseguridad alimentaria y nutricional”, que antes llamábamos hambre. En el empeño de no mirar de frente a la realidad de millones de seres humanos, buscamos en esta expresión aséptica un matiz técnico que designe sin implicarse demasiado una injusticia milenaria, una vergüenza para el género humano. Por eso se agradece que Martín Caparrós haya escrito un volumen enteramente dedicado al tema, que con franqueza ha titulado El hambre:

“Poca gente –demasiada gente¬– se muere directamente de hambre. La mitad de los chicos que se mueren antes de los cinco años en un país como Níger se mueren por causas relacionadas con el hambre. La palabra que nadie quiere usar. O, si acaso, usarla como quien dice cantilena, verdoso, maragato”.

Otro ejemplo es la cauta expresión con la que ahora se llama a los delincuentes y criminales en los noticieros: “generadores de violencia”. ¿Por qué no llamarlos por su nombre, es decir, asesinos? Ya sería el colmo que, como sucede cuando nos los muestran fotografiados con el rostro borroso para evitar que los conozcamos, no nos atrevamos a llamarlos como lo que verdaderamente son en un exceso de corrección política.

Con esos eufemismos lo que estamos haciendo es eludir la verdad y, cosa peor, educar a las nuevas generaciones en la mentira de que la vida carece de sombras, que la injusticia no existe y que el ser humano, y hasta los animales no humanos al estilo de Walt Disney, son siempre un dechado de bondad… hasta que se dan de bruces con la realidad.

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