El ciudadano atento
Extraviados
Dr. Luis Muñoz Fernández
Massimo Pigliucci, doctor en Genética, Biología Evolutiva y Filosofía, y catedrático de esta última en el City College of New York, autor del celebrado Cómo ser un estoico. Utilizar la filosofía antigua para vivir una vida moderna, publicó recientemente el libro La forja del carácter. Una búsqueda de la virtud en la filosofía clásica, en el que se pregunta: “¿Podemos lograr que los líderes de nuestra sociedad –mandatarios, generales, empresarios– se preocupen por el bienestar general, de modo que la humanidad prospere, no sólo desde el punto de vista económico y material, sino también espiritualmente?”. Por lo que vemos a nuestro alrededor, la respuesta es no.
Por poco que uno reflexione sobre lo que observa en su entorno -municipal, estatal, nacional y mundial– concluye que vivimos en una desorientación cada vez más profunda. Andamos desnortados, sin más referentes que la satisfacción inmediata de nuestras necesidades individuales, sean reales o creadas, dando tumbos e ignorando hacia dónde nos dirigimos. Sin más planes que los de hoy, sin conocimiento del pasado y sin perspectiva del futuro.
Leía recientemente una descripción de nuestro mundo difícil de superar:
“Por nuestros vicios, y no por azar, tenemos otro imperio: un imperio nuevo, sin césar, ni rostro de nación, ni orgullo patrio; sin fronteras concretas, ni freno a su ambición; opuesto firmemente al proyecto democrático de organizar la sociedad tomando como base la dignidad y la realización del ser humano; un imperio en expansión continua, que avanza conquistando la política para sus propios fines por medio de la deuda y de la corrupción; un imperio que tiene su aliado en la desafección por lo común y en la indolencia de las gentes; un imperio incorpóreo y sutil, que tiene por fin último convertir la riqueza del mundo en propiedad privada de unos pocos, y lo está consiguiendo. Nunca en la historia ha existido otro igual…
Por eso hoy ocho potentados acumulan mayor fortuna que media humanidad junta; diez sociedades mueven más dinero que casi todos los Estados de la tierra juntos; y quienes más ganan, ganan diez mil veces más de lo que ganan los que menos, aunque su trabajo no valga ni siquiera el doble. Porque todo el mundo es de los ricos, que no han creído nunca en la igualdad, y porque los que lo gobiernan, gobiernan para ellos, mediatizados por ellos, aspirando a parecerse a ellos, comiendo del provecho de ellos. La democracia fue la elevación de la igualdad a sistema político; y si ahora falta el pan cuando se tiene hambre –uno de cada ocho se cuesta cada día con hambre en este mundo–, si falta la cura cuando se está enfermo, si se pierde el derecho a lo fundamental por perder la salud o el trabajo, si hay que huir de la patria para salvar la vida, no hay democracia alguna digna de su nombre, por mucho que votemos para elegir representantes”.
Hasta el verdadero significado de las palabras hemos perdido. Como ejemplo reciente, lo dicho por cierto regidor sobre las dificultades para implementar el llamado Modelo Integral de Aguas de Aguascalientes (MIAA): “Es inevitable que el tema se politice”. Lo que es evidente es que el edil entiende por política no lo que debería ser –el arte de conciliar la voluntad de todos y acordar las normas de una convivencia social armoniosa–, sino una vulgar rebatinga (“acción de coger deprisa algo entre muchos que quieren cogerlo a la vez”) para obtener y mantener el poder en detrimento de la mayoría. Aceptamos la idea de política como sinónimo de politiquería, que el diccionario define como “hacer política de intrigas y bajezas”. Así andamos de extraviados.
Ya lo decía Plutarco en sus Vidas paralelas:
“… pues no es en las acciones más ilustres donde se manifiesta la virtud o la vileza, sino que, muchas veces, algo breve, un dicho o una trivialidad, sirven mejor para mostrar la índole de los hombres que sangrientas batallas, nutridos ejércitos o asedios de ciudades”.
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