El ciudadano atento
La filósofa actuante
Dr. Luis Muñoz Fernández
En este 2022 que acaba de fenecer hemos comprobado una vez más que el ser humano no aprende y, si lo hace, es casi siempre a la mala. En febrero pasado asistimos horrorizados a una nueva guerra en Europa que ha acaparado desde entonces la atención de los medios informativos y los intereses políticos y económicos de todo el mundo. Sin embargo, como bien ha tenido recordármelo mi querido amigo Arnoldo Kraus, en este momento hay muchas otras guerras en las que miles de seres humanos sufren lo indecible y mueren ante la indiferencia de la comunidad internacional. Guerras en Etiopía, Yemen, Siria, Congo, el Sahel, Sudán del Sur, Somalia y la brutal violencia que persigue a los rohinyás en Myanmar.
Durante los primeros días de la invasión rusa a Ucrania, Javier Cercas escribió lo siguiente: “Escribo este artículo mientras suenan tambores de guerra en Europa. De nuevo. Por vez primera en la historia, la inmensa mayoría de los europeos no ha vivido una guerra. Eso significa que hemos olvidado lo que es de verdad y que, pese a su desprestigio general, ya estamos preparados para volver a hacerla; eso significa que, ahora más que nunca, conviene recordar qué es la guerra”.
Y para recordarlo, el escritor acudió a un libro del francés Adrien Bosc que, traducido al español y gracias al regalo navideño de mi esposa, he leído yo también. “La columna” trata de la breve experiencia de la filósofa, activista política y mística Simone Weil en la Guerra civil española, cuando decidió unirse a la columna anarquista que pretendía liberar Zaragoza de las manos de los partidarios del general y futuro dictador Francisco Franco.
Simone Weil (1909-1943), a quien Albert Camus consideraba “el único gran espíritu de nuestro tiempo”, estudió filosofía y literatura clásica e ingresó a la prestigiosa Escuela Normal Superior de París. Impartió clases en varios institutos de provincias, pero pronto dio prueba de su carácter crítico e independiente y decidió pasar de las especulaciones filosóficas a la experiencia directa de la realidad ingresando como obrera en varias fábricas relacionadas con la empresa automotriz Renault. Decía Weil que en aquel ambiente opresivo y rutinario del trabajo en serie había recibido “la marca del esclavo”. Le escribía en una carta a su amiga Albertine Thévenon:
“Sólo que cuando pienso que los grrrandes [sic] jefes bolcheviques pretendían crear una clase obrera ‘libre’ y que seguramente ninguno de ellos ¬–Trotsky seguro que no y Lenin creo que tampoco– había puesto los pies en una fábrica y por consiguiente no tenía la más ligera idea de las condiciones reales que determinan la servidumbre o la libertad de los obreros… la política me parece una broma siniestra”.
A espaldas de sus padres y habiendo escuchado relatos de lo que estaba ocurriendo en España, sintió la necesidad imperiosa de involucrarse directamente en el conflicto armado. Pese a que era pacifista, le comentó al poeta Joë Busquet que “conocer la realidad de la guerra es la plenitud del conocimiento de lo real”. En Barcelona, donde la rebelión franquista había sido sofocada por los anarquistas, se alistó en una columna que partía al frente de Aragón dirigida por Buenaventura Durruti, un legendario líder anarquista que poco después habría de morir en circunstancias extrañas durante los combates en el frente de Madrid.
Su estancia en España duró sólo mes y medio. Tuvo que ser evacuada al meter accidentalmente el pie en una sartén con aceite hirviendo. Sus padres la trasladaron a Francia.
Le mandó una carta al escritor francés conservador Georges Bernanos, que había apoyado la causa de Franco hasta que vio los horrores que sus correligionarios estaban cometiendo. También Simone Weil había atestiguado los crímenes perpetrados en el lado republicano. Bernanos nunca le contestó, pero guardó aquella carta en la cartera hasta su muerte. Ambos, desde bandos distintos, coincidieron en el horror absurdo de la guerra.
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