El ciudadano atento
Historia patria
Dr. Luis Muñoz Fernández
Pónganse en mi lugar. Llegué a México habiendo cumplido los 15 años. No era una hoja en blanco porque ya había leído la Historia de la Conquista de México del bostoniano William Prescott y la novela El dios de la lluvia llora sobre México del húngaro László Passuth, pero tenía que aprender la historia de mi nuevo país si deseaba integrarme en él. Y lo haría con gusto y provecho.
A esos dos relatos se irían sumando a lo largo de los años muchos otros sobre la historia de México, desde la época prehispánica hasta la actualidad. Son tantos que ocupan una sección considerable de mi biblioteca. Conocer la historia de México fue, y es todavía para mí, una necesidad imperiosa. No sé si la historia de otros países tenga tantos enigmas y que, pese a que casi siempre se enseña tan mal, siga influyendo en el alma de cada uno de sus habitantes, pero algo encontré en ella que no hace sino ratificar las palabras de José Moreno Villa, uno de aquellos emigrantes forzados a salir de España por la Guerra civil:
“La historia de México está en pie. Aquí no ha muerto nadie, a pesar de los asesinatos y los fusilamientos. Están vivos Cuauhtémoc, Cortés, Maximiliano, Don Porfirio, y todos los conquistadores y todos los conquistados. Esto es lo original de México. Todo el pasado suyo es actualidad palpitante. No ha muerto el pasado. No ha pasado el pasado, se ha parado”.
Por años he acudido a los más diversos autores, desde los canónicos, hasta aquellos que son considerados injustamente menores y, cuando me ha sido posible, he visitado acompañado de mi familia sitios arqueológicos, monumentos, museos y los centros históricos de las ciudades más importantes de este país. No miento si confieso que ante tanto tesoro, ante tanta grandeza y ante tanta tragedia, más de una vez se me han escapado las lágrimas. Por eso me atrevo a considerarme mexicano.
A esa profunda emoción se suma el dolor de constatar, salvo contadas excepciones, lo mal que se les enseña la historia a mis compatriotas. Me deja estupefacto la ignorancia sobre el tema que exhiben sin pudor desde los estudiantes universitarios hasta nuestros políticos y gobernantes, con algunas salvedades. Por eso me uno al sentir de Armando Fuentes Aguirre, mejor conocido como Catón, uno de esos autores que algunos académicos podrían considerar poco fiables por haberse atrevido a ejercer de historiador siendo periodista. Cual Plutarco mexicano, Catón nos ha legado las vidas paralelas de siete personajes clave de nuestra historia: Hidalgo e Iturbide, Juárez y Maximiliano y Díaz y Madero y un Santa Anna sin par –“ese espléndido bribón”, le llama–, en una serie de cuatro volúmenes titulada La otra historia de México. En el prólogo del primer libro dice lo siguiente:
“En México, el Estado y el gobierno han sido dueños de muchas, muchas cosas: los ferrocarriles, la electricidad, los bancos, el petróleo… Así, no es de extrañar que en nuestro país el Estado y el gobierno hayan sido también durante muchos años dueños de la Historia.
La historia de México no pertenece a los mexicanos. La historia que sabemos, la que en la escuela se nos enseñó, era historia oficial y burocrática, y estaba transida por lo tanto de la misma falsedad y de la misma mentirosa actitud que informa –que deforma– muchos aspectos de nuestra vida nacional. Suele decirse que la historia la hacen los vencedores. En México la deshicieron, y por eso muchas de sus páginas deben desecharse, pues fueron escritas por historiadores que practicaban la historia por dos razones: el día 15 y el día último.
Historia maniquea es todavía la de México. Sus personajes han sido artificiosamente colocados en dos bandos distintos y claramente separados. En uno están los héroes, absolutamente buenos, inmaculados, impolutos, hechos de bronce o mármol… Del otro lado están los malos, los villanos; perversos ellos, traidores todos –“traidor” es la palabra más usada por los historiadores paraestatales–“.
A sus “cuatro lectores” (miles en realidad), Catón les dice al final de ese prólogo :
“Lo que aquí van a leer no es histórico: es verídico”.
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