El ciudadano atento
La afectación
Dr. Luis Muñoz Fernández
Mi hijo Luis se ha embarcado en la lectura de una voluminosa novela del siglo XVIII titulada “La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy”, del escritor inglés nacido en Irlanda Laurence Sterne (1713-1768). Se trata de la versión en español del escritor, traductor y editor Javier Marías (1951-2022), quien se refería a este trabajo como la mejor traducción de su vida.
En las primeras páginas aparece el párroco Yorick, de andares quijotescos a lomos de una pobre cabalgadura similar a Rocinante, del que Tristram dice lo siguiente:
“Porque, a decir verdad, Yorick tenía por naturaleza una antipatía y una aversión invencibles hacia la seriedad; –no hacia la seriedad como tal; –sino que era un acérrimo enemigo de ella cuando se la afectaba [las negritas son mías], y sólo le declaraba la guerra abierta cuando aparecía como tapadera para la ignorancia o la sandez; y cada vez que se le aparecía en el camino de esta guisa, por muy cobijada y protegida que estuviese –– en contadas ocasiones le daba ningún cuartel.
A veces decía, con su descarada manera de hablar, que la seriedad era un bribón andante; y añadía –que de la especie más peligrosa además: –pues era un bribón solapado… –era un truco que se enseñaba y se aprendía con el objeto de adquirir reputación a los ojos del mundo aparentando más conocimientos e inteligencia de los que se tenían; y, con todas sus pretensiones, –no era mejor (sino a menudo peor) que como la había definido hacía ya tiempo un gran ingenio francés, –a saber: ‘La seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente’; y Yorick, con enorme imprudencia, decía que tal definición merecía escribirse con caracteres de oro”.
Suscribo por completo lo que señala Yorick. Esa seriedad a la que se refiere es bastante frecuente en los ambientes académicos, en las profesiones en las que se hace gala de un conocimiento al que sólo acceden los iniciados, entre aquellos que confunden erudición con cultura o, peor aún, con sabiduría. Santiago Ramón y Cajal lo resume de manera magistral en una frase que encontramos en sus “Charlas de café”:
“Al modo de las cordilleras, que en días grises parecen más alejadas que en días claros, ciertos talentos en envuelven en nubes para semejar profundos”.
Entre las profesiones que cito, hay que incluir en un lugar destacado a las religiosas, ya que su poder depende en parte de esa afectación que observamos en algunos sacerdotes (no en todos, por fortuna), sobre todo si forman parte de la alta curia, en donde la apariencia (vestimenta, gestos, rituales, etc.), claramente artificiosa, levanta una barrera entre los dignatarios y la feligresía. En el caso del Oriente, Enrique Serna, en su “Genealogía de la soberbia intelectual” cita al hinduista Nirad C. Chaudhuri:
“El brahmán tiene un aplastante sentimiento de su propia importancia. Considera una cuestión de honor no sólo mantenerse a distancia de otros seres humanos sino despreciar y odiar desde el fondo del alma a cualquiera que no haya nacido en la misma casta. Más aún, el brahmán se siente absuelto de cualquier sentimiento de gratitud, pensamiento o admiración hacia los inferiores”.
Sucede lo mismo en otros ámbitos, como el de la política, donde algunos líderes de voz impostada adoptan gestos ampulosos cuando, dirigiéndose al público, se asumen como próceres vivos de la patria. Y también a la inversa, cuando se muestran falsamente francos y campechanos al rodearse del pueblo llano.
El diccionario define afectación como “falta de sencillez y naturalidad”, también como “extravagancia presuntuosa en la manera de ser, de hablar, de actuar, de escribir, etc.”.
La afectación es el principal obstáculo para alcanzar el objetivo de la “paideia” griega, la formación de los seres humanos tanto en valores como en saberes técnicos, que Píndaro definió con esta sentencia: “transfórmate en lo que eres”.
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