El ciudadano atento
La doblez de los poderosos
Dr. Luis Muñoz Fernández
Sin ser un experto en el tema –doblez significa “astucia o malicia en la manera de hablar, dando a entender lo contrario de lo que se siente”–, sino un médico curioso que trata de estar al tanto de lo que ocurre en la época y el lugar en los que vive (y también en otros sitios y momentos), creo que no exagero si digo que desde el punto de vista de la vida pública esta semana ha sido de vértigo.
Dos asuntos recientes dan fe de ello: el veredicto de culpabilidad sobre las graves acusaciones al exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna y las nuevas evidencias develadas apenas el pasado viernes 24 de febrero de 2023 por el periódico El País sobre lo que parece ser el segundo ejemplo de plagio –en este caso la tesis del doctorado en Derecho– de la ministra de la Suprema Corte de la Nación Yasmín Esquivel Mossa.
Si a eso agregamos los abundantes ejemplos de corrupción de ciertos titulares de los poderes Ejecutivo y Legislativo que cuajan nuestra historia reciente y pasada, no nos queda sino confirmar que el Estado no sólo no es inmune al delito, sino que parece ser terreno fértil para que en él se siembre, crezca y florezca.
Ni siquiera el poder espiritual se libra de tan nefasta deriva. Véase si no el abultado y creciente número de casos de pederastia clerical hechos públicos desde hace años por el mismo periódico español que, tras documentarlos y ordenarlos, los presentó recientemente a la Santa Sede, misma que empieza a dar pasos inciertos y desiguales para intentar reparar en lo posible los crímenes cometidos por eclesiásticos pertenecientes a casi todos los niveles de la jerarquía. La evidencia invalida la tesis atenuante del “caso esporádico” para revelar un defecto estructural de gran calado.
Tal vez por un temor tan reverencial como infundado hacia las figuras de autoridad que nos ha sido inoculado desde la más tierna infancia –ejemplo manifiesto de heteronomía moral¬–, mucho me temo que, repetidamente y a lo largo de nuestra historia, hemos puesto “el cuidado del gallinero en manos de las raposas”.
Por supuesto que el tema de la doblez de los poderosos no es algo nuevo, pues tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico ha sido descrita y se ha intentado prevenirla sin éxito desde hace siglos. Ejemplos hay varios. Tomemos el librito El arte de la mentira política, atribuido erróneamente a Jonathan Swift, escrito en realidad por su amigo y miembro como él del Scriblerus Club, John Arbuthnot (1667-1735), médico escocés de la reina Ana:
“Por lo que respecta a la duración de las mentiras políticas, hay que distinguir en ellas varias especies, y que las hay de todas clases, a saber, de horas, días, años y siglos; que hay ciertas mentiras políticas que, semejantes a insectos, mueren y reviven en formas diferentes…
Las mentiras sobre promesas que dicen los grandes, las personas ricas y poderosas, los Señores, los que están bien situados, se conocen por las maneras de decirlas: os ponen la mano en el hombro, os abrazan, os estrechan, sonríen, se inclinan a saludaros; son otras tantas señales que deben haceros conocer que os engañan y que quieren impresionaros [¿quién no lo ha visto en innumerables campañas electorales?]. Reconoceréis asimismo sus mentiras en materia de hechos por los juramentos excesivos que os hacen repetidamente”.
No hay nada nuevo bajo el sol.
Se confirma lo expresado en 1887 por el historiador, político y escritor inglés Lord Acton en una carta dirigida al arzobispo anglicano Mandell Creighton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen la influencia y no la autoridad: todavía más cuando se añade la tendencia o la certeza de la corrupción por la autoridad. No hay peor herejía que la del cargo que santifica a su titular”.
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