El ciudadano atento
Los otros
Dr. Luis Muñoz Fernández
Guillermo Altares, redactor de la sección Cultura del periódico El País, publicó el pasado lunes 3 de octubre un artículo sobre Svante Pääbo, el científico ganador del Premio Nobel de Medicina o Fisiología 2022 por sus estudios del ADN antiguo, en el que decía lo siguiente:
“El descubrimiento del equipo de Pääbo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig fue revolucionario, porque cambiaba el concepto de especie al abolir las fronteras entre linajes humanos diferentes y, sobre todo, dibujaba un panorama muy diferente del pasado remoto de la humanidad: que los sapiens seamos los únicos humanos es una excepción, no la regla. Durante milenios, convivimos con otras especies, nos cruzamos con ellas y esa mezcla nos convirtió en lo que somos. Todas las sociedades humanas no son sólo multiculturales, sino que hasta hace nada (40.000 años no es tanto en la inmensidad de la prehistoria) fueron ‘multiespecies’. De hecho, por lo menos ocho especies humanas llegaron a cohabitar en la tierra. Pääbo ha sido capaz de demostrar que la soledad de los Homo sapiens es la excepción, que la humanidad es siempre diversa y abierta al otro”.
Resalto del párrafo anterior lo siguiente: “Todas las sociedades humanas no son sólo multiculturales sino que… fueron ‘multiespecies’. De hecho, por lo menos ocho especies humanas llegaron a cohabitar en la tierra… la humanidad es siempre diversa y abierta al otro”.
Algo imposible hoy que debería hacernos reflexionar sobre el origen de lastres sociales como el racismo, el clasismo, el edadismo (discriminación a las personas mayores), la aporofobia (discriminación a los pobres) y las fobias contra las diversas formas de preferencia y expresión sexual, es decir, los prejuicios contra todos aquellos a quienes consideramos diferentes, los que nos son ajenos, los otros, los extranjeros, e incluso los que no tienen nuestras capacidades o poseen otras distintas.
Es evidente que la diversidad ha sido un rasgo permanente de las sociedades humanas (y las de otros animales, incluso distintos de los primates) desde la más remota antigüedad. De ahí que toda búsqueda de la pureza, ya sea racial, de clase, de preferencia sexual, o de la uniformidad en procesos y actuaciones, que tanto obsesiona hoy a los administradores, genera sufrimiento y nos aleja de la posibilidad de una vida feliz, de una vida buena. Hasta podríamos decir que la ética es precisamente la conciencia, la reflexión y el reconocimiento de los otros. No sólo de su existencia, sino de la necesidad que tenemos del otro para alcanzar nuestra propia realización. Es a lo que se refiere el filósofo Emilio Lledó cuando habla de la ética como un privilegio de la mirada, que enlaza también con el significado primigenio de la palabra ética, su concepción como refugio, guarida:
“El descubrimiento de que el instinto de protección para el propio cuerpo, para la propia vida, tenía que completarse en el aprendizaje de las formas de relación hacia los otros. Una superación, en el espacio de lo colectivo, de los límites marcados por el egoísmo de la naturaleza… Reconocer que los ojos existen para llenarse de lo que no son ellos mismos… Una alteridad que, sin embargo, no nos transforma en otros sino que nos conforma, más intensamente con nosotros mismos”.
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