El ciudadano atento
Los bombardeados
Dr. Luis Muñoz Fernández
Leo que el Comité Nobel noruego ha concedido este 2024 el Premio Nobel de la Paz a Nihon Hidankyo, la organización japonesa que agrupa a los hibakusha (en japonés, “persona bombardeada”), supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Esta organización recibirá el premio “por sus esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar mediante el testimonio de testigos que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca”. ¿Cómo se puede sobrevivir a un horror semejante, levantarse y luchar para que no vuelva repetirse jamás?
Los relatos de aquel día en Hiroshima son escalofriantes. Setenta años después, el periódico El País se refería a la bomba, llamada Little boy, con las siguientes palabras:
“De unos tres metros de largo y 4 toneladas de peso, llevaba 50 kilos de uranio. A 600 metros de altura sobre el centro de la ciudad y 43 segundos después de su lanzamiento, su explosión causó una bola de fuego de 28 metros de diámetro, con una temperatura de 30,000 grados centígrados. Una zona de dos kilómetros de radio se convirtió en mera tierra quemada. 70,000 de los cerca de 350,000 habitantes de Hiroshima, que hasta entonces no había sido bombardeada en la guerra, murieron inmediatamente tras el ataque. Otras 70,000 personas fallecerían antes de que terminara el año víctimas de sus heridas o de la radiación”.
Takashi Teramoto, un hibakusha, nos comparte sus recuerdos:
“Vi de reojo un gran destello azul. Y oí un gran estruendo. Luego, ya no vi nada más. La tierra temblaba y no paraban de caerme cosas encima. Finalmente, vi un poco de luz y salí a la calle. Mi madre aún estaba dentro de la casa, yo no quería marcharme, pero los vecinos me dijeron que se ocuparían de ella. Cuando empezó a caer lluvia ácida, gotas de agua negra, la vecina me tapó con un trozo de hojalata, porque me escocía la cara. Ella murió meses después, enferma por la radiación. Yo estoy convencido de que le debo la vida”.
Cada año que pasa se reduce el número de los hibakusha y con su desaparición se desvanece el recuerdo de su terrible experiencia. Así pasa con todas las atrocidades. La memoria del género humano es corta. Eso explica que hoy estén sonando tan fuerte los tambores de la guerra y que resucite la amenza de nuevas explosiones nucleares en manos de líderes enajenados. Ante la constatación de la desmemoria y el auge de la desfachatez y la mentira potenciadas al infinito por la tecnología, el anuncio de este reconocimiento que se otorga a Nihon Hidankyo es apenas un leve, aunque significativo, consuelo.
Como si su brutal tragedia no hubiese sido suficiente, los hibakusha tuvieron que sobreponerse a la censura de los Estados Unidos, empeñados en ocultar la monstruosidad de su crimen, y a la discriminación de sus propios compatriotas, temerosos de los efectos de la radiación. La organización Nihon Hidankyo señala en su página electrónica que “durante casi 10 años después del bombardeo, los hibakusha no recibieron ninguna ayuda de las fuerzas de ocupación estadounidenses, que prohibieron terminantemente a la gente escribir o hablar sobre el bombardeo y los daños, incluida la miserable muerte de 200.000 personas”.
El periodista Kenzaburo Oé visitó Hiroshima en varias ocasiones a partir de los años sesenta del siglo pasado y publicó un libro titulado Cuadernos de Hiroshima, en el que nos dice lo siguiente:
“Hiroshima se revela como la herida más profunda de la humanidad. Como todas las heridas, presenta dos posibles escenarios: la esperanza de que cauterice y se recupere, o el peligro de una infección fatal. Si los japoneses de hoy en día no perseveramos en recordar la experiencia de Hiroshima, especialmente las reflexiones y los sentimientos de quienes padecieron esa experiencia sin precedentes, los tímidos brotes, apenas visibles, de esperanza que nacen de ese lugar y de su gente comenzarán a marchitarse y nos invadirá una auténtica degeneración”.
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