El ciudadano atento
No hacer daño
Dr. Luis Muñoz Fernández
El doctor Diego Gracia Guillén (Madrid, 1941) es considerado uno de los mayores expertos españoles en Bioética. Médico, escritor y filósofo, nos presenta su obra Fundamentos de bioética (1989, 2007) con las siguientes palabras:
«Hace medio siglo era aún posible afirmar con aparente aplomo y sin ningún titubeo la neutralidad ética de la ciencia. La ciencia es “desinteresada” y “pura”, se decía, en tanto que otras actividades, como los negocios y la política, tienden a ser “interesadas” e “impuras”. Esta ingenua contraposición llevó a situar al llamado, y no por azar, “científico puro”, más allá del bien y del mal. Sobre todo más allá del mal… Sólo a partir de los años treinta de nuestro siglo [XX] el científico ha ido perdiendo esa especie de inocencia original que hasta entonces conservaba. También puede decirse que descubrió el pecado. Fue un proceso psicológico muy similar al de la expulsión del paraíso deQ que nos habla el libro del Génesis. En Hiroshima y Nagasaki, la Física perdió su inocencia. Poco antes, en Dachau y Auschwitz, la había perdido la Medicina”.
A decir verdad, hacía siglos que la Medicina había descubierto su potencial de dañar a quienes debe servir y, aunque ya sabemos que es improbable que Hipócrates lo hubiese escrito en su voluminoso tratado (el Corpus Hipocraticum), se le atribuye la primera frase que todo aspirante a médico debe aprender desde el primer día y no olvidar nunca: “Ante todo, no hagas daño”. Después de Hipócrates, otro médico tan famoso como extravagante llamado Paracelso afirmaba que la diferencia entre el medicamento y el veneno era solamente la dosis. No por otra cosa los antiguos griegos usaban la misma palabra para ambos: pharmakon.
Este reconocimiento del peligro potencial que entraña todo acto médico, de los riesgos de la tecnociencia que ahora es más poderosa que nunca y de las acciones dañinas del ser humano contra los demás seres vivos y el propio planeta en el que todos vivimos, le ha dado un impulso formidable a la Bioética.
No parece exagerado afirmar que los médicos hemos ido cobrando una conciencia que nos obliga a ser especialmente prudentes. Pese a los avances tecnológicos que nos facilitan las cosas y multiplican nuestros alcances, debemos escoger con mucho cuidado aquellos recursos diagnósticos y terapéuticos que le ofrezcan al enfermo los mayores beneficios y los menores riesgos. En esa selección entran incluso factores aparentemente ajenos al ejercicio de la profesión, como es el caso del costo de la atención médica.
| Como esta selección es una labor compleja en la que nuestro conocimiento científico y técnico no basta, hoy es obligatorio contar con la colaboración expresa del paciente, conocer sus valores, sus intereses y su plan de vida. El viejo modelo paternalista de atención médica en el que el médico aparentemente se bastaba y se sobraba para tomar las decisiones ha caducado.
Edmund D. Pellegrino y David C. Thomasma nos explican en Las virtudes en la práctica médica (2019) que “si el médico es demasiado compasivo y se adentra estrechamente en la experiencia del sufrimiento, perderá la objetividad necesaria para hacer un diagnóstico correcto y una elección del tratamiento acertada, aniquilando así el fin de la medicina en su función sanadora”.
En el contexto clínico, nos dicen, “no existe una fórmula o cálculo mediante el cual el médico pueda determinar con precisión en qué punto encontrar el equilibrio entre la compasión y la objetividad, que son intrínsecos al fin de la sanación de la medicina. Es precisamente aquí donde entra a jugar su papel la virtud de la prudencia, que permite al médico evaluar el peso relativo de los medios a su disposición, de las posibilidades terapéuticas, y de los resultados y efectos secundarios, por un lado, y los valores y circunstancias de la vida del paciente, así como sus preferencias y otros factores, por otro”. Además, ese punto de equilibrio no es el mismo para cada paciente.
Nuestra profesión tiene dilemas e incertidumbres que nos exigen reciedumbre moral.
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