Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

¿Quién va a enseñarles?

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Cuando estudiamos la carrera de medicina nos topamos con asignaturas que, por no formar parte del conjunto de conocimientos relativos al cuerpo humano sano o enfermo, consideramos materias de relleno. La mayoría son estudios humanísticos como la filosofía, la historia, la psicología, la antropología o la sociología. Son disciplinas que en ese momento percibimos como marginales, periféricas, ajenas a nuestro interés principal, que es el obtener los conocimientos centrales que nos permitirán ejercer la profesión.

Esta sensación se acrecienta conforme avanzan los semestres de estudio, cuando nos vamos adentrando en las diferentes especialidades médicas en las que se ha dividido el conocimiento profesional. Todo aquello que no se enfoca en el dominio de alguna parcela del organismo nos parece una distracción que nos aparta del objetivo principal. La presión para obtener un conocimiento especializado se acrecienta más allá de las aulas universitarias, fomentado incluso por el interés económico, hasta que se hace omnipresente y nos convence de que es lo único importante.

Desde luego que no podemos negar las enormes ventajas que ha traído el conocimiento médico especializado, tal como lo reconoce a la par que nos alerta el doctor José María Carrera, ginecólogo que dirigió cerca de 40 años el Servicio de Obstetricia y Medicina Perinatal del Instituto Universitario Dexeus de Barcelona:

“Hemos avanzado mucho, qué duda cabe, y nuestra capacidad diagnóstica es sencillamente apabullante. Pero tal vez hemos actuado como un ejército victorioso, que ha adelantado demasiado sus vanguardias tecnológicas descuidando sus retaguardias humanísticas y éticas. Por esta razón, quizá sea útil detenernos un poco a la vera del camino y hacer inventario de lo que llevamos en nuestras alforjas. Me temo que en las mismas echaremos en falta la humanidad que siempre, a lo largo de la historia, ha acompañado al médico”.

Este desequilibro entre nuestro acerbo tecnocientífico y el cultivo de todo eso que nos faculta para entender de manera integral al ser humano debe preocuparnos mucho. Ya la sociedad lo ha notado desde hace tiempo y ha expresado su descontento, incluso su desconfianza, hacia la profesión médica actual. Parece que nos ha faltado sensibilidad para darnos cuenta de ello. El asunto es especialmente delicado de cara a la formación de los nuevos profesionales de la medicina. Debemos hacer un esfuerzo muy grande para reformar los planes de estudio y para preparar profesores que sepan transmitir a sus alumnos no sólo la importancia y utilidad de su formación humanística, sino el respeto ante los grandes misterios que son parte la condición humana.

En La esencia del médico y el renacimiento de la educación médica, J. Donald Boudreau, Eric J. Cassell y Abraham Fuks, catedráticos de la Escuela de Medicina de la Universidad de McGill en Montreal, Canadá, señalan lo siguiente:

“La misión principal de la medicina es el cuidado del enfermo. Sin embargo, el “médico como sanador” ha sido reemplazado por el “doctor en busca de la enfermedad”, auxiliado e inducido por la tecnología. La educación médica contemporánea ha sido un impulsor decidido de esa transformación. En los “centros sanitarios” académicos de la actualidad se da un desequilibrio entre la atención que se presta a la misión de la medicina –el cuidado del enfermo– y la batalla contra la enfermedad. La medicina moderna está completamente enamorada de sus logros tecnológicos y se ha sumergido por completo en la comprensión científica de la enfermedad. En la raíz de este problema está la concepción decimonónica del objetivo de la medicina que reduce el padecimiento a la mera enfermedad. La esencia de la práctica médica no debe verse como la caza y erradicación de la enfermedad”.

Como médico en la última etapa de mi recorrido vital y profesional, me preocupa que persista el desdén hacia las materias de relleno. Me parece que es una forma grave de ignorancia, tal vez la peor: la ignorancia de la propia ignorancia.

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