El ciudadano atento
Raíces y librerías
Dr. Luis Muñoz Fernández
Hicimos el viaje a mis raíces, en este caso maternas. Portugal y el norte de España. Yo había viajado a Galicia, Asturias y Cantabria en una sola ocasión hace 55 años, cuando fuimos desde Sabadell (Barcelona), donde nací y viví mis primeros 15 años, hasta el otro extremo de España en el primer automóvil de mi padre, un Renault 6. No había vuelto desde entonces. Es sorprendente como uno puede conectar con su pasado cuando se dirige a su encuentro. ¿La sangre llama?
Primero las raíces. Salimos de Oporto en un tren (comboio, en portugués) que se descompuso y nos dejó varados brevemente en Caminha, donde el río Miño desemboca en el Atlántico. Atravesando casi imperceptiblente la frontera luso-española, llegamos a Vigo para tomar un vehículo de alquiler y emprender el camino hacia Ourense con la invaluable ayuda de mi hijo Luis que, armado con la tecnología de geolocalización, fue el responsable de que tocáramos con bien los diferentes destinos hasta Santander. Luego, ya en camión, visitaríamos Bilbao y San Sebastián.
Ourense, capital de la provincia gallega del mismo nombre, es una ciudad encantadora, tranquila, para vivir lejos de la angustiosa prisa y la presunción que nos rodean. El atardecer la baña en una luz dorada que hace honor a su nombre. Según algunos, Ourense proviene de Auria, el aurum (oro) latino. Sin embargo, otros afirman que Auria es un hidrónimo (nombre de río) paleoeuropeo que se origina en awer, fluir. Vaya usted a saber. Lo que es evidente es que el río Miño y los puentes entre sus orillas son uno de los rasgos más significativos de Ourense, en especial el Puente Romano, sobre el que se han hecho varias intervenciones desde la Edad Media, al grado de que Xesús Fraga lo considera un palimpsesto en piedra. El Miño y las aguas termales de Las Burgas definen la ciudad.
A poco más de 30 km de Ourense se encuentra Sandiás (Sandianes, en español). Llegamos temprano, todo luce solitario, y lo primero que vemos es la Iglesia de San Estevo (San Esteban), del siglo XVI, con un espacio al frente para el estacionamiento de vehículos que aprovechamos de inmediato. En el cementerio adjunto mi hija Brenda descubre la tumba del hermano de mi abuelo. En los nichos superior e inferior reposan, respectivamente, los restos de su esposa e hija.
Tomamos un refrigerio en el Café Bar O Encontro y a mi hija, buscadora pertinaz, se le ocurre preguntar por la Casa do Campo donde nació mi abuelo. El joven que atiende el establecimiento nos recomienda preguntarle a Tito, un nonagenario que vive al final de la calle. Me planto frente al anciano que me pregunta el nombre de mi abuelo. Al decírselo, me señala a un hombre con el que hasta ese momento había estado charlando: es nieto de una de las hermanas de mi abuelo y, por tanto, primo mío. El propio nonagenario, Castor Dios Fernández, hijo de Jesús Dios Dios, es también un primo lejano. El primo nos invita a pasar a la Casa do Campo donde vive, nos presenta a su esposa e hija menor, nos invita unas cervezas con aceitunas y me regala un libro. Me relatan historias de nuestros antepasados comunes. He ahí mis raíces. Mi árbol familar se vuelve de pronto más frondoso.
Ahora las librerías. En Oporto, visitar la librería Lello e Irmão, con fama de la más bonita del mundo, es un objetivo anhelado. Llegamos tras subir y bajar las cuestas características de las calles portuenses. Una larga cola de turistas espera su turno. Me entero de que hay que pagar el acceso por internet con anticipación. Pienso que el mercantilismo mata a la cultura. Esa librería ya no es una librería. Casi toda gente entra, no para buscar y comprar libros, sino para tomarse la preceptiva selfi. Renuncio. Creo que no vale la pena. Mejor buscar un buen lugar para comer. ¡Y vaya que lo encontramos! La Taverna D’Avó nos consuela y alimenta con los incomparables manjares de la cocina portuguesa. Olvidamos el chasco y el vino de Oporto blanco alegra nuestros corazones.
Para librerías, la librería Eixo (Eje, en gallego) de Ourense. Acaba de cumplir un cuarto de siglo. Nos atienden Javier Ibáñez y su hijo Alfredo, libreros extraordinarios donde los haya. Gallegos ojiazules de trato cordial y conocedor. Aquello sí es una librería. Es más: un espacio apacible en el que se promueve lo mejor del espíritu humano. Dejamos al entrar nuestra condición de turistas para ser acogidos como ciudadanos naturales de la república de las letras. Por fin hemos llegado.
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