El ciudadano atento
SUFRIMIENTO PSÍQUICO
Dr. Luis Muñoz Fernández
Con las llamadas enfermedades mentales pasa un poco lo que con el cáncer: tenemos la sensación de que ha aumentado su frecuencia. Las estadísticas parecen confirmarlo, aunque dado que se trata de uno de los terrenos con menos certeza de la medicina, no lo sabemos con exactitud. Lo intuimos y parece tener sentido porque asumimos que vivimos en una sociedad –me refiero a la sociedad occidental en general– capaz de desquiciar a cualquiera.
Ramón Andrés, al que ya hemos citado aquí como ensayista, cultiva también la poesía y los aforismos. Le tiene bien tomada la medida al mundo. Al de ayer como estudioso y al de hoy, del que siempre toma prudencial distancia, como agudo observador y crítico. No se queja de lo que ve, sólo lo describe con la fría precisión del anatomista, aunque con cierto poso de melancolía.
Así, de estos tiempos, dice: “Nadie habla de piedad, compasión, indulgencia, virtud, honestidad, benevolencia, renuncia, lealtad, transigencia, rectitud, cordialidad, honradez, etcétera”. Tal vez por eso la sociedad genera tantos enfermos mentales. O tal vez no los genera, sino que su condición es una reacción defensiva a la locura reinante. Nos dice en otro aforismo: “Te endosan la locura, y luego se hacen los cuerdos”.
En un artículo reciente aparecido en la prensa, Marta Carmona, miembro de la junta directiva de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, afirma que “Hay dos formas muy diferentes de entender el sufrimiento psíquico. El modelo biologicista entiende que lo que le pasa al enfermo está dentro de su cerebro y que asume que si llegásemos a un conocimiento científico y técnico suficiente sobre los mecanismos que no funcionan y la forma de repararlos, con fármacos o con terapia, se eliminaría la enfermedad. Y hay una idea comunitaria de la psiquiatría para la que el sufrimiento psíquico tiene más que ver con lo que le pasa a una persona en su vida, con sus experiencias subjetivas, con la sociedad en la que vive y el momento histórico”.
Alejandro Padilla, médico familiar, de quien hemos citado aquí sus libros “¿A quién vamos a dejar morir? Sanidad pública, crisis y la importancia de lo político” y “Epidemiocracia. Nadie está a salvo si no estamos todos a salvo”, y Marta Carmona, presidenta además de la Asociación Madrileña de Salud Mental, han escrito un libro titulado “Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo”. En él podemos leer lo siguiente:
“Es la situación que tenemos ahora. Una sociedad que habla de salud mental pero que, en realidad, está hablando de un conjunto de conceptos entremezclados: desesperanza, cansancio, falta de expectativas, estrés, preocupación y dificultad para saber cuándo se acabará ese sentimiento. Una sociedad que quiere poner la salud en el centro, pero referida a los problemas de salud mental que lo son más inmediatos, volviendo a dejar de lado aquellos padecimientos más estigmatizados, cuya comprensión se ha hecho desde siempre desde el miedo y el rechazo. Queremos hablar de salud mental, pero volvemos a recurrir a la otredad del loco, a la sensación de peligro de quien ve de lejos la locura sin pararse a escucharla, para justificar cada acto violento («mató a su hija y a su mujer porque se volvió loco», en vez de decir «mató a su hija y a su mujer porque el machismo que no conseguimos quitarnos de encima sigue dando zarpazos»). Queremos afirmar que el sufrimiento psíquico tiene que ver con las condiciones de vida, pero allá donde no nos sentimos capaces de cambiar las condiciones de vida aparece el determinismo biológico. Con la dopamina y la serotonina hemos topado. Como siempre”.
El recurso de abordar la enfermedad mental –o cualquier otra enfermedad– sólo desde el punto de vista individual, haciendo caso omiso de lo colectivo (lo medioambiental, lo social, político y económico) es seguir el camino más fácil, el que dicta la lógica del mercado.
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