El ciudadano atento
Aburridos
Dr. Luis Muñoz Fernández
Mi padre, niño víctima de la Guerra civil española que tuvo que separarse de los suyos mientras esta duró y pasó privaciones, entre ellas el hambre, siempre me decía que él no entendía a aquellas personas que al comer expresaban su saciedad diciendo “ya estoy lleno”. Él insistía en que nunca llegaba a “estar lleno”, siempre le era posible comer un bocado más. Y no fue un hombre particularmente obeso.
A mí me pasa lo mismo con aquellos que dicen “estoy aburrido”. Desde luego que lo entiendo, pero a mí casi nunca me sucede. Siempre tengo cosas en qué pensar, qué leer, qué ver, qué averiguar, qué escribir, qué decir y qué conversar conmigo mismo o con quienes me rodean. Hace tres días, en la comida mensual con dos hermanos médicos que me honran incluyéndome en su fraternidad, el que es psiquiatra –el otro es “el neurólogo del pueblo” del que ya he escrito en este espacio– me preguntaba cómo me estaba sentando la reciente jubilación. Le respondí que muy bien, que me seguía faltando algo de tiempo para dar cauce a todas mis inquietudes. Se alegró mucho. Siendo así, me dijo, el riesgo de caer en la depresión es prácticamente nulo.
El aburrimiento es tal vez una de las epidemias silenciosas más importantes de nuestra época, especialmente para quienes vivimos en las ciudades. Es un fenómeno tan común que, como todo hoy en día, ha dado pie al lucrativo negocio del entretenimiento. Hay un interés en mantenernos entretenidos y pegados a las pantallas, pues parece que han descubierto que esa forma de distracción es la mejor manera de que no pensemos, entrando por la puerta de atrás para manipularnos.
En ese contexto se comprende que el aburrimiento sea objeto de estudio. Josefa Ros Velasco, filósofa y becaria posdoctoral en la Universidad Complutense de Madrid, es una experta en el tema. Fundó y preside la Sociedad Internacional de Estudios sobre el Aburrimiento y ha sido editora de libros como La cultura del aburrimiento o El aburrimiento está en tu mente. Acaba de publicar La enfermedad del aburrimiento (Alianza editorial, 2022).
Su enfoque es multidisciplinar y afirma que en la sociedad actual el aburrimiento cuenta con una mayoría de detractores, aunque también tiene partidarios. Distingue entre el aburrimiento normal o convencional y el patológico, y finca su origen en una multitud de factores, algunos medioambientales y otros que provienen del interior de la persona.
En su forma crónica “se relaciona con toda una serie de trastornos del estado anímico, con los trastornos de la conducta, con los trastornos de la personalidad, con estados patológicos y, finalmente, con enfermedades mentales como la psicosis, la esquizofrenia, la paranoia, el alzhéimer y el síndrome de Asperger y el desorden bipolar”.
Con todo lo anterior, ¿quién puede estar a favor del aburrimiento? La doctora Ros nos dice que “muchos piensan que el aburrimiento más sencillo y mundano estimula los poderes cognitivos relacionados con la memoria, la concentración, la estructuración, la capacidad de síntesis, la reflexión y la imaginación… Sus partidarios recomiendan a los padres la máxima pedagógica de dejar a los niños aburrirse a conciencia con el convencimiento de que su impacto los convertirá en superdotados. Sin darse ni cuenta, están resucitando el espíritu renacentista que defendía que el aburrimiento, incluso –o precisamente– en su forma profunda, era una condición necesaria para llegar a ser un genio”.
Ni bueno ni malo en sí mismo, depende de muchas circunstancias. Es una señal, incluso un mecanismo adaptativo, afirma Ros, y nos invita a aprender a tolerarlo y, con suerte, a convertirlo en un estímulo para no caer prisioneros de nuestra propia zona de confort. En su libro propone un recorrido histórico para entenderlo y sacarle provecho. Sigámoslo.
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