Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

SESTEAR (primera parte)

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Recuerdo con cierta melancolía aquellas siestas durante las vacaciones de verano en las que perdía la noción del tiempo para despertar sin las angustias de los deberes impuestos. El hundirse dulcemente en la inconsciencia hasta el punto de que un hilillo de saliva escapaba por la comisura de los labios entreabiertos y mojaba la tela de la almohada. Nunca vuelve uno a dormir con el abandono y la profundidad de la juventud, libre del sentimiento de culpa que impone el mandato perentorio de “aprovechar el tiempo”.

Solía creer que la siesta era un invento de los españoles, que en este aspecto parecían encarnar a todos los pueblos meridionales a los que se les tacha de perezosos, de holgazanes, pero no es así. Es una costumbre que está presente en varias latitudes, tanto septentrionales como meridionales. Sin embargo, la relación de la siesta con lo meridional es estrecha, pues según nos cuenta el filósofo Thierry Paquot en El arte de la siesta, los antiguos se referían al demonio del mediodía para referirse a “la turbación que impregna a algunos a media jornada”. La “sexta hora” (las doce del mediodía) es el momento en el que la sombra es más escasa y el sol aprieta más. Los romanos la llamaron meridies, palabra de la que deriva meridiari, “hacer la siesta”. “En francés –añade el filósofo¬–, una meridiene es una especie de tumbona, un mueble, un lecho diurno para la siesta, muy de moda en la Francia de comienzos del siglo XIX, durante el Primer Imperio”.

La siesta tiene más importancia de la que parece. Lejos de significar pereza, nos remonta a una época en la que el tiempo artificial del reloj –el verdadero símbolo de la era industrial moderna, no la máquina de vapor, según Lewis Mumford– todavía no existía, y el ser humano vivía de acuerdo a los ritmos naturales, tanto exteriores, como interiores.

Hoy, bajo la tiranía del reloj que marca inmisericorde la jornada laboral, nacemos y morimos y, en el ínterin, enfermamos al separarnos una vez más de la naturaleza a la que, nos demos cuenta o no, estamos indisolublemente unidos. Tiranía que entroniza y homogeneiza el tiempo lineal y anula la incertidumbre de los ritmos naturales como el ciclo solar/lunar y los circuitos endocrinos estimulados por la luz y la oscuridad.

Andrzej Szczeklik, médico y científico, nos recuerda que “el mundo que nos rodea está saturado de ritmos… Los ritmos del mundo nos penetran, imponen su métrica y provocan nuestra respuesta… La medicina empieza a buscar fármacos que interfieran en la función del reloj biológico y corrijan los molestos trastornos que sufrimos… ¿Surgirá en el futuro un colectivo nuevo de médicos: los relojeros?... ¿Se les dará a estos especialistas el erudito nombre de cronólogos para evitar la confusión con los relojeros?”.

El tiempo le dio la razón al investigador y escritor polaco. Ya existe la cronobiología, la ciencia de los ritmos circadianos. Juan Antonio Madrid, uno de sus mayores expertos, nos relata que su gusto por el estudio del tiempo y del sueño nació en la casa de sus abuelos: “En ese mundo de agricultores, la salida y puesta del sol, el lucero del alba, el canto de los gallos, la luna llena, la floración de los almendros, la vendimia, la siega del trigo o la recogida de la miel, la aceituna y las granadas, junto con los caprichos de esa máquina embrujada donde vivía un cuco, transcurrían de un modo apacible, rítmico, preciso, sin prisas, que me sumergía en el fluir periódico de la naturaleza”.

Regresemos a Paquot: “La siesta se revela como un tiempo verdaderamente libre, que no pertenece más que al sesteador. Es un momento, más o menos largo, de puesta-en presencia-consigo-mismo mediante la ausencia, momentánea, con respecto al mundo. Ese retiro efímero alberga la reunión, la reunificación, la reconstitución provisional de nuestra personalidad reventada, dividida, dispersada. Esta pausa, mediante el reposo que nos procura, contribuye a la reconstrucción de nuestra integridad”.

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