El ciudadano atento
Transparencias e Impudicias
Dr. Luis Muñoz Fernández
Jeremy Bentham, filósofo, jurista y reformador social inglés del siglo XVIII, se inspiró en las ideas de su hermano Samuel para diseñar un modelo de prisión “autosustentable” que denominó Panóptico, en la que la disposición circunferencial de los calabozos en torno a una torre central con una caseta para los custodios ahorraba personal de vigilancia y reforzaba el control de los reclusos. Los prisioneros, incomunicados en celdas individuales e impedidos de ver a sus vigilantes ocultos en la torre central, se sentían permanentemente observados, incluso si la torre de vigilancia estaba vacía. El Panóptico de Bentham es un antecedente del Big Brother que inventaría George Orwell en su novela 1984.
El filósofo coreano Byung-Chul Han, a quien citamos aquí con cierta frecuencia por ser un agudo observador de la sociedad actual, afirma que hoy vivimos en una especie de panóptico digital. A diferencia del de Bentham, “los habitantes del panóptico digital se comunican intensamente entre sí y se desnudan voluntariamente. La sociedad digital del control hace mucho uso de la libertad. Sólo es posible gracias al autodesvelamiento y el autodesnudamiento voluntarios”. Y agrega:
“En la sociedad de control digital la exhibición pornográfica [“abierta y cruda”, dice el diccionario] se acaba identificando con el control panóptico. La sociedad de la vigilancia se consuma ahí donde sus habitantes se comunican no por una coacción externa, sino por una necesidad interior, es decir, donde el miedo a tener que renunciar a la esfera privada e íntima deja paso a la necesidad de exhibirse impúdicamente, y donde la libertad y el control se vuelven indiscernibles.
El Gran Hermano del panóptico de Bentham sólo puede observar a los reclusos desde fuera. No sabe lo que sucede en el interior de ellos. No puede leer sus pensamientos. En el panóptico digital, por el contrario, es posible penetrar hasta los pensamientos de sus habitantes. En eso consiste la enorme eficacia del panóptico digital. Se vuelve posible un control psicopolítico de la sociedad”.
Todo fenómeno social se apoya en algún tipo de idea, de soporte teórico, de discurso que lo justifica, de ariete que vence las resistencias de la ciudadanía. En este caso, la idea clave es “transparencia”. Byung-Chul Han señala lo siguiente: “Ningún otro tema domina hoy tanto el discurso público como la transparencia. Esta se reclama de manera efusiva, sobre todo en relación con la libertad de información. La omnipresente exigencia de transparencia, que aumenta hasta convertirla en un fetiche y totalizarla, se remonta a un cambio de paradigma que no puede reducirse al ámbito de la política y la economía”.
Claro que hay una transparencia deseable: la que obliga al poder a que rinda cuentas. Pero no es de esta de la que estamos hablando. Nos referimos a la que hoy erosiona cada vez más nuestra intimidad y nuestra privacidad, la que vulnera toda confidencialidad. La que no tolera el misterio que habita en el mundo, la que transforma el erotismo en pornografía.
Si Byung-Chul Han es un observador agudo de la sociedad, Josep Maria Esquirol, filósofo catalán, estudia con extrema delicadeza la esencia de la vida. Afirma con serenidad que no todo puede reducirse a hechos, que no todo puede reducirse a problemas, y que a pesar de que arrastra lastres que nos alejan de ella, religiosos, por ejemplo, hay que rescatar la palabra misterio. El misterio del que habla Esquirol es la antítesis de la transparencia del filósofo coreano: “cuando se anula o se ignora el misterio mengua la vida. De ahí que la ‘transparencia’ sea la enfermedad de nuestro tiempo”.
Ambos pensadores están de acuerdo, pues Byung-Chul Han sostiene que “sólo lo muerto es transparente”.
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