El ciudadano atento
Digresiones
Dr. Luis Muñoz Fernández
Según el diccionario, la palabra digresión significa “acción y efecto de romper el hilo del discurso e introducir en él cosas que no tengan aparente relación directa con el asunto principal”.
Ahora mismo, leyendo para preparar un artículo sobre la vejez que me comprometí a escribir, caigo en la cuenta de que el tema tiene que ver mucho con la naturaleza y el paso tiempo y al instante recuerdo lo que nos dice el físico italiano Carlo Rovelli: “La naturaleza del tiempo ha sido el centro de mi trabajo de investigación en física teórica durante toda mi vida”. Por unas horas, dejo a un lado los Cuadernos de la vejez del filósofo Aurelio Arteta para, presa de una digresión, escribir estas líneas sobre el tiempo desde la óptica de la ciencia actual a través de las palabras de Rovelli.
El físico nos dice en El orden del tiempo que con el tiempo nos pasa lo mismo que con nuestra percepción habitual de que la Tierra es plana, cuando en realidad es redonda, y de que el Sol gira alrededor de la Tierra y no al revés, que es como en realidad sucede. Me asombro cuando afirma que, lejos de la impresión de un tiempo único que fluye de manera homogénea, no hay sólo un tiempo, sino una infinidad de ellos. Por ejemplo, aunque con una pequeña diferencia que sólo registran ciertos relojes de precisión, el tiempo discurre un poco más lento a ras de suelo que en la cima de una montaña. Los que viven a nivel del mar envejecen un poco más despacio que los habitantes de las altas cumbres.
Algo sabía ya de esta realidad “contraintuitiva” que nos revela la física actual al ojear los libros de Stephen Hawking, particularmente el titulado El universo en una cáscara de nuez, con bellas ilustraciones que muestran la deformación del llamado espaciotiempo en la cercanía de un objeto de gran masa como la Tierra. Ese espacio-tiempo que está representado ahí como una especie de malla elástica, es un modelo matemático cuya comprensión cabal requiere que uno domine esa disciplina. Así que yo, que estudié medicina huyendo de las matemáticas –aunque luego me alcanzaron con la bioestadística que tampoco entiendo a fondo–, apenas podría entender el espaciotiempo si no es por esas ilustraciones diseñadas para discernimientos menos refinados como el mío.
Dice Rovelli que la naturaleza del tiempo es “el mayor de los misterios… Extraños hilos lo ligan a otros grandes misterios aún por resolver: la naturaleza de la mente, el origen del universo, el destino de los agujeros negros, el funcionamiento de la vida… Hay algo esencial que sigue remitiendo a la naturaleza del tiempo”.
Una digresión más. Carlo Rovelli afirma que tiene cierta afición por Anaximandro (c. 610-c. 546 a.C.), filósofo y geógrafo de la antigua Grecia de cuyos escritos, que debieron ser numerosos, sólo se conserva una frase: “Las cosas se transforman una en otra según necesidad y se hacen mutuamente justicia según el orden del tiempo”. Está claro que Rovelli tomó de ahí el título de su libro. Tal es su afición por el sabio griego, que ha escrito un libro sobre él titulado El nacimiento del pensamiento científico. Anaximandro de Mileto. Alguno de los estudiosos de Anaximandro ha llegado a equipararlo con el mismo Isaac Newton. Un misterioso griego más sobre el que indagar.
Regresemos a la naturaleza del tiempo. Ahora Rovelli nos explica que no sólo la posición (a ras de suelo o en la cima de montaña), sino que la velocidad también enlentece el tiempo: para los objetos que se mueven a cierta velocidad, el tiempo pasa más despacio de lo que hace para los objetos inmóviles. Por eso, los astronautas de El planeta de los simios (1968) envejecieron solamente 18 meses, mientras que en la Tierra habían transcurrido 2,006 años desde el lanzamiento de su aeronave.
Nuestra percepción cotidiana del tiempo es un espejismo. Bajo la mirada de la teoría de la relatividad y de la física cuántica (también incomprensible), no sólo las fronteras entre el pasado y el futuro se vuelven borrosas, sino que el ahora desaparece. Vivimos engañados por nuestros sentidos.
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