Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Riqueza criminal

Dr. Luis Muñoz Fernández 

“No hay riqueza inocente, pues toda fortuna procede de una injusticia originaria, cuando no de un crimen”. Esta frase del escritor Rafael Chirbes puede parecer exagerada, pero no lo es, por lo menos no completamente. El mal, pese a que lo rechazamos en todas sus encarnaciones, es capaz de ejercer sobre nosotros una atracción difícil de resistir. De las casi infinitas formas en las que el ser humano puede ser vil, una de las que más me intriga es el comercio de esclavos.

Lo dicho por Chirbes se aplica a la perfección en lo que este comercio significó para la economía mundial. No pocas de las grandes fortunas de este mundo, pertenecientes a familias admiradas por su “sagacidad para los negocios”, y el auge que cobró el capitalismo global hoy predominante, descansan en lo que el escritor africano Ottobah Cugoano definió como un asesinato… un asesinato masivo, desde luego. Así de claro y así de cierto.

Pese al horror de lo que significó y significa –la esclavitud sigue hoy vigente en la trata y explotación de personas, especialmente migrantes y mujeres–, el tráfico de esclavos es también fascinante y nos recuerda lo que los seres humanos somos capaces de hacer a nuestros semejantes, incluso con el argumento falaz de salvar sus almas y “civilizarlos”.

Aunque en verdad es imposible, hay que intentar ponerse en el lugar de los millones de seres humanos que fueron apresados en sus aldeas, trasladados a la costa occidental de África y recluidos en las llamadas “factorías de la costa”, donde se les encarcelaba y aherrojaba en tanto eran embarcados para su destino final. Antes de salir, se calcula que ya había muerto entre la décima parte y la mitad de los prisioneros.

“De etapa en etapa –expropiación en África, cruce del Atlántico, explotación inicial en las Américas–, murieron aproximadamente 5 millones de hombres, mujeres y niños. Otra manera de considerar la pérdida de vidas sería decir que unos 14 millones de personas fueron esclavizadas para generar un «producto neto» de 9 millones de trabajadores atlánticos esclavizados que sobrevivieron durante más tiempo”, nos refiere el historiador Markus Rediker en su Barco de esclavos. La trata a través del Atlántico.

Rediker menciona también algo muy interesante: los que compraban, trasladaban y vendían a los esclavos, disponían en la Compañía de los Mares del Sur y otras empresas similares de cómodas oficinas revestidas de madera de roble, con alfombras turcas y anaqueles llenos de libros de contabilidad y anuarios. En ese confortable ambiente, ajenos a la monstruosidad de sus negocios, aquellos hombres, que pertenecían a la flor y nata de la sociedad, herederos o fundadores de prósperas dinastías familiares, acumulaban grandes fortunas, escalaban puestos en el escalafón social y ascendían en la carrera política sin sentimiento de culpa alguno. Sus descendientes siguen viviendo entre nosotros a todo trapo, emulando a los veloces barcos negreros de sus antepasados.

Veo sus retratos y bustos en La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, de Hugh Thomas. Posan ataviados con elegantes trajes, como Humphrey Morice, gobernador del Banco de Inglaterra y diputado, Thomas Golighty, alcalde de Liverpool, Henry Laurens, presidente del primer Congreso de los Estados Unidos, Julián Zulueta, el principal tratante de Cuba o Joaquim Pereira Marinho, filántropo de Brasil. Modelos de éxito, les llaman ahora.

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