El ciudadano atento
La obsolencia de lo humano
Dr. Luis Muñoz Fernández
Hace unos días, Luz Gómez, catedrática de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, publicó un artículo en el periódico El País titulado Esperando el genocidio, en el que cita un concepto del filósofo y pacifista germano-austríaco Günter Anders (1902-1992):
“Recogiendo, sin hipérbole, la idea del filósofo austríaco Günther Anders, en Gaza asistimos hoy —con la connivencia de la comunidad internacional— a la obsolescencia de lo humano. El poder-violencia del hipertecnificado Estado de Israel determina la caída del hombre en el peor de los infiernos: el de lo inhumano. Más de dos millones de palestinos están llamados a sufrirlo”.
En el intento de comprender una guerra, cualquier conflicto entre seres humanos, el uso de la dicotomía “buenos y malos” es un error garrafal. Esa aproximación maniquea a la realidad, tan cara para muchos, suele mantenernos en el error y nos impide, durante décadas, siglos y milenios, coronar cualquier intento de conciliciación. Ni justos ni pecadores, ni herencia ni crianza (nature vs. nurture). Está bien demostrado que la realidad no es un blanco y negro, sino una infinita escala de grises. Y dice bien Luz Gómez: el antónimo de lo humano no es lo animal, lo bestial, sino lo inhumano.
La tarea más importante y ardua que tenemos en la vida no es la conquista del éxito, con sus componentes de riqueza material y notoriedad social, sino el ser cada vez más humanos. ¿En qué consiste ese ideal que llamamos humanismo? Hay muchas definiciones, pero escojo para esta ocasión la que propone el doctor Leonardo Viniegra: “El humanismo es una constante en diversas culturas humanas hacia la conquista del espíritu: el ascenso del hombre liberado de sus miedos, convertido en actor de sí mismo y de la construcción del mundo”. Ante lo que estamos viendo, no podemos sino concluir que hemos avanzado muy poco desde que descendimos de los árboles y empezamos a caminar erguidos en la sabana del Gran Valle del Rift.
Ante los grandes problemas de la humanidad, que como nunca hoy nos abocan a la extinción de nuestra propia especie y las de los demás seres vivos, casi todos tenemos la impresión de que las acciones individuales, las del cuidadano de a pie como lo somos la inmensa mayoría, poco o nada pueden ofrecer para solucionarlos. Igual sucede con las dos grandes guerras de la actualidad, la de Rusia contra Ucrania y la de Israel contra los radicales palestinos de Hamás. Enfrentamientos que contemplamos estupefactos desde la distancia geográfica que nos separa de ellos y que parecen ser un mentís a nuestra romántica idea del progreso moral del Homo sapiens.
Lejos de los niveles en los que se toman las grandes decisiones, imposibilitados de influir en el curso de los acontecimientos globales –aquí se hace evidente la falacia del mundo virtual que nos están imponiendo–, nos encontramos desnudos ante nosotros mismos. Las nuevas versiones y actualizaciones de nuestros sistemas y dispositivos electrónicos se nos revelan inútiles ante la urgencia de la verdadera tarea que debemos emprender: ser cada vez más humanos. Ahí es donde tenemos que enfocar nuestros esfuerzos: en nosotros mismos. Cinco siglos antes de Cristo ya nos lo decía Píndaro, el poeta que componía alabanzas a los atletas que triunfaban sobre sí mismos y se superaban alcanzando su máximo potencial en aquellos Juegos Olímpicos de la antigua Grecia: “Llega aser quien eres”.
Relacionado con lo anterior, nos podemos preguntar si las guerras, una de las simas más profundas de la inhumanidad, tienen que ver con nosotros. En este sentido, vale la pena meditar estas palabras de Thomas Merton (1915-1968), monje trapense, téologo, escritor, místico y activista:
“Así, en lugar de amar lo que tú piensas que es la paz, ama a los demás seres humanos y ama sobre todo a Dios. Y en lugar de odiar a quienes consideras los promotores de la guerra, odia los deseos desenfrenados y las perurbaciones de tu propia alma, que son la causa de la guerra. Si amas la paz, entonces odia la injusticia, la tiranía, la codicia, pero ódialas en ti mismo, no en los demás”.
Lo dicho: ardua y difícil tarea tenemos por delante.
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