Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Conexión permanente

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Hoy, el que no está conectado a internet es, en el mejor de los casos, un analfabeta digital, cuando no un pobre diablo. Y si es posible estar conectado a través de varios dispositivos electrónicos, a su vez vinculados entre sí, mucho mejor. La mayor aspiración, el ansiado desiderátum, es la conexión permanente, ininterrumpida, incluso mientras dormimos. De ahí que en muchos hogares la esfera de base plana, que se ilumina cuando la llamamos, vela nuestros sueños. Artefactos cuya fabricación y suministro duradero de energía demandan materias primas preciosas.

Poco se habla de ello, pero este silencio, de por sí atronador, está dando paso a testimonios estremecedores. El excremento flota y, tarde o temprano, sale a la superficie. Es lo que está pasando ahora mismo. Hay un joven experto en todo aquello que llamamos explotación de seres humanos. Este explotar no tiene que ver con una explosión, con un estallido. Según el filósofo Josep M. Esquirol, la explotación a la que me refiero viene de explicitar (explicitare), que significa meterse hasta el fondo, sacar fuera y aprovecharse de lo sacado. Una definición que ilustra muy bien los párrafos que siguen.

El joven experto en esclavitud se llama Siddharth Kara, nació en Tenesse, es hijo de padres indios (hindúes y parsis) y trabaja como profesor asociado de Trata de Seres Humanos y Esclavitud Moderna en la Universidad de Nottingham. Ha escrito varios libros sobre este tema. El último, al que me voy a referir aquí, se titula Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes.

El Congo, hoy República Democrática del Congo, es tal vez el país que ha sufrido la más brutal explotación durante la mayor cantidad de tiempo en la historia de la humanidad. Su enorme riqueza, que nunca ha beneficiado a sus habitantes, es su desgracia. En eso se parece a todos aquellos países que han sido colonizados, incluyendo el nuestro. Y se parece también porque pese a que oficialmente la esclavitud ha sido abolida, lo que ha ocurrido hoy es que ha cambiado de nombre y de apariencia. El colonialismo, que antaño tenía límites geográficos muy precisos, ahora se extiende de manera difusa, ha adoptado métodos de control psicológicos en lugar de los físicos (como aquel látigo fabricado con piel de hipopótamo llamado chicotte que los belgas inventaron y usaron en el Congo) y es una de las facetas negativas de eso que llamamos globalización.

Para Xavier Aldekoa, periodista experto en temas africanos, la desgracia del Congo ha sido tener en abundancia el elemento clave que demandaba la economía mundial del momento: el trabajo como esclavos de su gente en las plantaciones de café, azúcar o algodón de América o Asia, el marfil para los crucifijos, las estatuas de cristos, vírgenes y santos y las teclas de los pianos, el caucho para los neumáticos y las instalaciones eléctricas, el cobre para el armamento, el uranio para las bombas atómicas, el níquel, la plata, el zinc, los diamantes, el oro y la madera prolongan la lista de bienes expoliados de sus tierras a costa de la miseria, sufrimientos indecibles y la muerte de sus habitantes.

Ni siquiera es cosa del pasado. Hoy sucede con el cobalto de gran calidad que abunda en su subsuelo, elemento indispensable que da estabilidad y energía duradera a las baterías de nuestros teléfonos celulares, tabletas, computadoras y coches eléctricos cuya demanda se está disparando para desplazar a los automóviles de motor de combustión interna tras los Acuerdos de París del 2015. Ese codiciado cobalto se encuentra cerca de la superficie terrestre, accesible a lo que se llama minería artesanal, eufemismo con el que se oculta una realidad espeluznante: los mineros, armados solamente con picos y palas, en condiciones de trabajo que en nada difieren a las de la Edad Media, se internan en agujeros y túneles que ellos mismos cavan, sin equipo de protección y sin cobertura sanitaria contra accidentes laborales, todo por uno a dos dólares al día. En estas condiciones trabajan también unos 40 mil niños congoleños para extraer el cobalto y el coltán indispensables en nuestros queridos dispositivos electrónicos, fabricados por las grandes compañías que niegan con cinismo infinito esos horrores y esconden sus crímenes tras un falso respeto a los derechos humanos de los mineros.

Y nosotros, incapaces de vivir sin la conexión permanente, también somos responsables. .

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