Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Casi humanos

Dr. Luis Muñoz Fernández 

La sola contemplación de la miseria humana puede ser perturbadora. Por eso nunca he olvidado la ocasión en la que siendo estudiante de medicina vi a un vagabundo sentado en el suelo junto a la entrada del Banco de Sangre “Dr. Rafael Macías Peña” del viejo Hospital Hidalgo. No sólo era el olor que despedía, sino aquellos gusanitos blancos que se asomaban por los orificios de una de sus piernas. Eran larvas de una mosca que había depositado sus huevecillos en aquella extremidad herida, lugar propicio y rico en jugos orgánicos para la incubación inicial y el desarrollo posterior de aquellos seres repulsivos. Una forma de parasitismo que los médicos llamamos miasis (del giego antiguo myia: mosca). La miasis traduce en términos muy crudos el abandono absoluto de un ser humano que ha sido desagarrado del cuerpo social al que perteneció un día.

La condición de los que vagan de aquí para allá sin un techo bajo el que cobijarse recibe el nombre de sinhogarismo, palabra que nos remite otra vez a la medicina: cuando una célula se separa de las que la rodean puede morir mediante un proceso programado que se denomina anoikis, palabra griega que también significa “sin hogar”. Los humanos y las células de las que estamos hechos somos seres sociales, necesitamos de la interacción con nuestros semejantes. Cuando la perdemos entramos en un proceso de descomposición que llega a ser fatal.

El periodista madrileño Jorge Bustos ha escrito un libro sobre los indigentes titulado Casi. Una crónica del desamparo, que contiene reflexiones muy interesantes que nos interpelan sin paños calientes. El título hace alusión al Centro de Acogida San Isidro (CASI), situado en la capital española. Es el centro de acogida de personas sin hogar más antiguo y grande de aquel país y tal vez de toda Europa:

“Es un rectángulo de hormigón pintado rojo, naranja y gris verdoso que nunca ha albergado la menor pretensión de ser bonito. Entre sus paredes duermen, comen, a veces hablan y a diario sobreviven tres centenares de personas increíblemente dañadas que perdieron su hogar o que nunca llegaron a tenerlo en esta ciudad de más de tres millones de habitantes. Algunos se quedaron en la calle a consecuencia del daño –un accidente, una adicción, una enfermedad mental– y otros quedaron dañados a raíz de vivir en la calle… Los turistas se apartan de su camino. Los vecinos se debaten entre la repugnancia y la misericordia. Pero ellos mismos, los desamparados, hace tiempo que renunciaron a la vanidad de darse un nombre y al ideal de mantener una reputación”.

Jorge Bustos nos relata que decidió escribir esta crónica sin paliativos “como un eco de la recomendación de Strindberg que nos invita a mirar precisamente allí de donde es normal retirar la mirada”. A raíz de leer esta frase me enteré de que August Strindberg (1849-1912) fue dramaturgo y uno de los principales escritores suecos que por su personalidad esquizofrénica se sintió acosado y perseguido la mayor parte de su vida. Tenía razón Strindberg: demasiado egocéntricos, hemos olvidado el valor de dirigir la mirada hacia la periferia, allí donde están muchas de las respuestas que buscamos y que desestimamos porque suponemos que nada hay de valioso más allá de nosotros mismos.

“Contra lo que suele decirse –continúa Bustos– los sintecho no viven como animales, porque los pajaros construyen nidos, las mascotas viven con sus dueños y hasta las alimañas excavan sus madrigueras. Lo primero que hicieron nuestros ancestros cuando bajaron de los árboles fue adecentar una cueva. De modo que un ser humano que no tiene casa sigue siendo un ser humano, y sin embargo no disfruta de las ventajas de ser un animal. Si a los indigentes, pordioseros o vagabundos se les asimila a animales quizá sea porque comparten con ellos la incapacidad de comunicarse. Porque lo segundo que pierdes cuando pierdes tu casa es el lenguaje… El sin hogar vive en un estado de reclusión emocional, expresiva, léxica”.

Y una perla más: “La mujer que se queda en la calle es la víctima total, quintaesenciada”.

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