El ciudadano atento
Silencio
Dr. Luis Muñoz Fernández
Ante a ciertos acontecimientos, no cabe sino el silencio. Así, frente al desfile de los republicanos españoles derrotados, harapientos, hambrientos, de barbas hirsutas, “sucios de sangre y hierro”, Eulalio Ferrer nos dice ¡Silencio! ¡Silencio!
El silencio no es sólo la ausencia de ruido, afirma Alain Corbin en su Historia del silencio. Tal vez el problema radique en que en nuestra cultura occidental entendemos ciertas cosas en clave negativa y el silencio es una de ellas. Otras son, por ejemplo, la lentitud, la muerte y la sombra. No es así en algunas otras culturas. A diferencia de Occidente, en el Japón tradicional, el ambiente interior, el servicio de los alimentos y la arquitectura de las viviendas, los palacios y los templos realza el valor de la sombra, justiprecia las cualidades de la penumbra y la oscuridad. En 1933, Junichirõ Tanikazi escribió un librito bellísimo titulado El elogio de la sombra, en el que podemos leer lo siguiente:
“… y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos. En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio”.
Esto me hizo recordar una visita a la planta alta de la librería poblana Profética, acompañando al doctor Óscar Larraza tras una comida memorable en La Conjura, para leer en el silencio y la penumbra de una biblioteca monacal, un tanto amodorrado por los procesos digestivos en curso.
Lo que nosotros necesitamos es silencio, un bien escaso en nuestro mundo actual, donde reinan la preocupación por la conexión permanente y el temor a perdernos algo (el síndrome FOMO, fear of missing out), los avisos sonoros de los mensajes electrónicos, el ruido de los automóviles y la prisa ominipresente de nuestras vidas competitivas al límite. Es casi imposible contar con un tiempo de silencio para leer con calma, pensar y, sobre todo, dialogar con nosotros mismos, como Antonio Machado y su “converso con el hombre que siempre va conmingo –quien habla espera solo hablar con Dios un día–; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía”.
El escritor Pedro Bravo, en su ¡Silencio! Manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa, afirma que el ruido es más que una cuestión acústica:
“Es ruido la inquietud que nos impide la claridad, el murmullo constante de nuestros pensamientos que interpretamos como emociones y, hasta con la misma realidad, la necesidad permanente de manifestarnos, la exigencia y la autoexigencia, la obsesión por hacer, la productividad y, también, la prisa”.
Ante esas exigencias de la vida actual, tal vez podríamos acercanos un poco a esa vía del taoísmo denominada Wu wei, respondiendo con el “no actuar”, que no significa no hacer nada, sino más bien no forzar las cosas y tratar de encontrar en nuestro interior el ritmo natural con el que debemos vivir. Pero para poder encontrar ese ritmo necesitamos silencio. Necesitamos prestar (nos) atención.
Pedro Bravo cita en su ensayo al filósofo Josep Maria Esquirol que nos invita a desarrollar una mirada atenta cuando nos dice:
“Mirar cuesta poco. Pero mirar bien cuesta mucho. Y, en realidad, sólo ve el que mira bien. La madurez de la vida es, en parte, un progresivo cambio en la mirada que te deja ver mejor, con mayor amplitud y hondura”. Y para eso también necesitamos silencio.
Termino con Pedro Bravo: “El silencio puede ser el camino. No hay vida en el silencio absoluto, pero tampoco la hay en el ruido permanente. Observar, escuchar, parar, estar, sentir; ahora mismo todas ellas son acciones revolucionarias. El silencio es resistencia”.
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