El ciudadano atento
Universitas (segunda parte)
Dr. Luis Muñoz Fernández
Dos derivados del efecto corrosivo del economicismo imperante en la educación universitaria. El primero es que en estos momentos somos testigos del uso del presupuesto de una universidad pública para obtener ganancias más que cuestionables, lo que representa un grado superlativo y escandaloso de la codicia que desplaza y anula la esencia de la universidad pública. El segundo es la cantidad cada vez mayor de exigencias burocráticas que recaen en los profesores, sobrecarga administrativa que merma seriamente su energía para dedicarse con entusiasmo y entrega plena a su verdadera labor. A ello añadiremos la perversión de la docencia que reduce a los profesores a “gestores de contenidos” y promueve tendencias educativas de dudosa seriedad como la “gamificación”, palabra que proviene del inglés game, juego. Ya lo advertía Unamuno hace muchos años: “… de ahí ha nacido lo de aprender jugando, que acaba siempre en que juegan a aprender”.
Otro punto sobre el que incide Josep Maria Esquirol es la omnipresencia de la tecnología:
«¿Significa eso que no debe haber aparatos técnicos y conexión a las redes globalizadas? ¡Claro que no!... El problema se presenta cuando un elemento técnico lo acapara todo o casi todo, como ocurre ahora con la pantallización del mundo… Mantener a raya tal invasión no es nada fácil. La tecnología de las redes digitales no sólo es un instrumento, sino un medio envolvente y un sistema globalizador, con dinamismos característicos como el consumo ilimitado de la información ilimitada, el espectacular y potentísimo cómputo autoparametrizador (mal llamado inteligencia artificial), la droga de la conectividad “social”, el supuesto “estar al día”, la seducción de un lenguaje tan cómodo como estandarizado y pobre, etcétera. No hay mayor dominio que aquel en el que el esclavo no sabe que lo es. La gran habilidad del nuevo amo es que sustrae la libertad sigilosamente. Instalados y distraídos, no notamos la alienación ni el calabozo».
Justo durante la pandemia de Covid-19, Nuccio Ordine, célebre profesor de Literatura Italiana en la Universidad de Calabria, alzaba la voz para alertarnos sobre los efectos perniciosos de la enseñanza vía telemática. Justificada en un momento de emergencia sanitaria que la volvió indispensable, Ordine recomendaba limitar su uso en la escuela una vez que el peligro cesase.
Uno entiende el temor del maestro italiano cuando lee a Esquirol en La escuela de la vida. De la forma de educar a la manera de vivir. Ahí se hace evidente que la transmisión del saber exige como requisito una relación personal de los maestros con los alumnos y esa relación, que se basa en la confianza mutua, opera a través de mecanismos sutilísimos y esculpe el contorno futuro de nuestras sociedades, es sumamente delicada y frágil.
En George Steiner, el huésped incómodo. Entrevista póstuma y otras conversaciones, el último libro que publicó el mismo año de su muerte, Nuccio Ordine nos dice lo siguiente:
«El encuentro con un docente puede dejar marcas indelebles, puede contribuir a consolidar un sistema de defensa que nos acompañe toda la vida». Y, citando a Steiner, agrega: «Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresada, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío».
Pues bien, yo he tenido la fortuna de conocer maestros así. Uno de ellos es el doctor Luis Manuel Bustos Arango, a quien debo no sólo mi afición al microscopio, sino mi vocación docente. El otro es el doctor Leonardo Viniegra Velázquez, cuyo pensamiento original define la educación ideal como “la forjadora de fuerzas liberadoras hacia el progreso de la condición humana”.
A ellos, y a un selecto grupo de otros más que no alcanzo a citar aquí, les doy las gracias.
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