Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Educar a la griega

Dr. Luis Muñoz Fernández 

Aunque entre los griegos de la antigüedad no existía el concepto de pecado tal como lo entendemos nosotros en la tradición judeocristiana, el ser humano podía incurrir en una falta muy grave que merecía el castigo de los dioses. A esa falta la llamaban hibris o hubris, que la Wikipedia define como arrogancia, altanería, insolencia, soberbia, ultraje, desenfreneno o desmesura.

Para el fin de este texto, nos interesa la última acepción: la desmesura, el no reconocer los propios límites y transgredirlos. En relación a nuestro hábitat, tal parece que parte de la humanidad actual vive instalada en la desmesura. Digo parte porque es obvio que la inmensa mayoría de los seres humanos sobrevive en condiciones de tal escasez que es incapaz de rebasar ningún límite.

A esa transgresión se refiere Jorge Riechmann, ecologista, poeta y filósofo, a lo largo de sus libros. En el titulado ¿Vivir como buenos huérfanos? Ensayos sobre el sentido de la vida en el Siglo de la Gran Prueba, que forma parte de su Trilogía de la autoconstrucción –los otros dos son El socialismo puede llegar sólo en bicicleta. Ensayos ecosocialistas y Autoconstruccion. La transformación cultural que necesitamos– se refiere a la desmesura con la que tratamos al planeta y al resto de los seres vivos:

«La intemperancia [sinónimo de desmesura], sostenía Séneca, es “devastadora de tierras y mares”. A la inversa, sólo la autocontención puede proteger la casa común de la biosfera.

Lewis Mumford [sociólogo, historiador y filósofo de la tecnociencia] estimaba que el problema central de nuestra época era dar forma “a seres humanos capaces de comprender su propia naturaleza lo suficiente como para controlar, y suprimir cuando tal cosa sea necesaria, las fuerzas y mecanismos que ellos mismos han creado”. Autoilustración para la autocontención, podríamos resumir».

Leyendo a Mumford –y hoy urge leerlo– se vuelve patente una vez más la importancia de la educación básica y superior para formar a los seres humanos en una conciencia que dista mucho de las actuales tendencias educativas, mucho más orientadas a vincular los conocimientos que se imparten en las aulas con las necesidades del aparato productivo. Producir y consumir, producir y crecer materialmente sin límite son los paradigmas de nuestra época que chocan frontalmente con una conciencia que conoce y respeta los límites biofísicos y biológicos de nuestro planeta.

Esa autoconstrucción que está en el centro de la tarea educativa ya era reconocida por los antiguos griegos y la denominaban paideia. Nos lo explica nuevamente Mumford: “A diferencia de la educación en el sentido tradicional, la paideia no se limita a procesos de aprendizaje consciente, ni a iniciar a los jóvenes en el aprendizaje social de la comunidad. La paideia es más bien la tarea de dar forma al acto mismo de vivir, tratando toda ocasión de la vida como un medio para hacerse a sí mismo, y como parte de un proceso más amplio de conversión de hechos en valores, procesos en finalidades, esperanzas y planes en consumaciones y realizaciones. La paideia no es únicamente aprendizaje: es un hacer y un formar, y la obra de arte perseguida por la paideia es el hombre mismo”.

Los antiguos griegos también tenían una palabra para designar el antónimo de la desmesura, es decir, la autocontención. La llamaban enkatreia, como nos lo explica Werner Jaeger en su obra clásica Paideia: los ideales de la cultura griega:

«El concepto del dominio sobre nosotros mismos se ha convertido gracias a Sócrates en una idea central de nuestra cultura ética. Esta idea concibe la conducta moral como algo que brota del interior del individuo mismo, y no como el simple hecho de someterse exteriormente a la ley… La enkrateia no constituye una virtud especial, sino, como acertadamente dice Jenofonte, “la base de todas las virtudes…”.

Me pregunto si estaremos educando en este sentido a nuestra infancia y juventud. No lo creo.

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