Programa Universitario de Investigación sobre Riesgos Epidemiológicos y Emergentes

 

El ciudadano atento 

Médicos ejemplares

Dr. Luis Muñoz Fernández 

En esta época de confusión en la que vivimos, cuando la verdad, la media verdad y la mentira parecen sinónimos intercambiables y el desprecio por el mérito fruto del esfuerzo hace surgir todo tipo de líderes que son lo opuesto de lo que predican, cobra más importancia que nunca el reconocimiento de los verdaderos ejemplos que beneficien a la juventud. Esto es especialmente importante y delicado cuando nos referimos a los jóvenes que hoy estudian la carrera de medicina.

Poco antes de empezar a estudiarla en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, empecé a leer la obra de divulgación de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), médico y científico que compartió el Premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1906 con Camilo Golgi. Me atrajeron su fuerza de voluntad para superar las dificultades y su aguda capacidad de observación.

Otro ejemplo muy importante para mí en todos estos años ha sido William Osler (1849-1919), médico de origen británico-canadiense que representa a mi juicio el ejemplo del maestro ideal de la profesión médica, pues combinaba una educación y cultura exquisitas, una notabilísima destreza para el ejercicio clínico y un gran amor por los libros (sus cenizas reposan junto a las de su esposa en su biblioteca). Fundó con otros médicos muy destacados el Hospital Johns Hopkins y, junto al cirujano William Stewart Halsted, creó el modelo todavía vigente de la educación médica que llamamos residencia. Un modelo de médico difícil de imitar, pero fuente permanente de inspiración para mí.

Muchos son los profesionales que me han servido de ejemplo en mi formación inicial como médico general y esbozo de internista como Ignacio Chávez, Salvador Zubirán, Leonardo Viniegra y después durante en el quehacer cotidiano dentro del campo de la anatomía patológica, Rudolf Virchow, Ruy Pérez Tamayo, Arthur Purdy Stout y Juan Rosai, además de quienes recibí la instrucción directa y personal encabezados por el doctor Arturo Ángeles Ángeles, que con el tiempo me convertirían en un especialista de esta disciplina. Lo mismo puedo decir de algunos de mis profesores universitarios. De estos, el más influyente ha sido el doctor Luis Manuel Bustos Arango, quien me inició en los estudios morfológicos a través del microscopio, definiendo así mi vocación. Imposible recordar aquí a cada uno pero, a todos sin excepción, les debo lo que soy como médico y en buena parte como persona. Todos ellos me enseñaron a no ser conformista y a resistir los halagos.

A esta galería personal de médicos ejemplares estoy integrando recientemente al doctor Carlos Jiménez Díaz (1898-1967), médico internista español poco conocido en México, del que ahora sé gracias a la biografía casi imposible de encontrar que con mucho esfuerzo me hicieron llegar mis muy queridos primos madrileños Clara y Miguel Ángel. Su autor es Horacio Oliva Aldamiz, patólogo español que tuve la fortuna de conocer y escuchar en 1992, cuando asistió a la Reunión Anual en Provincia –así se llamaban entonces los congresos– de la Asociación Méxicana de Patólogos que se celebró en Metepec, Puebla. Allí llamó al Dr. Pérez Tamayo “el príncipe de la anatomía patológica”.

El libro que está ahora en mis manos, autografiado por su autor, se titula Maestros y Dómines (Ibáñez & Plaza Asociados, 1997) y el doctor Oliva lo escribió, entre otras cosas, porque estaba muy precupado por la falta de modelos de vida y profesión para los estudiantes, ya que “algunos de los más jóvenes, no muchos, me piden que les cuente cómo era un maestro”. ¿Por qué Maestros y Dómines? La duda se despeja en las primeras páginas con sendas definiciones del diccionario:“Maestro: persona de mérito relevante que enseña una ciencia, arte u oficio”. “Dómine: persona que, sin mérito para ello, adopta el tono de maestro”. Ojalá las nuevas generaciones sepan distinguir uno de otro.

Termino con unas palabras del doctor Jiménez Díaz:

“El médico es un hombre que trata de ayudar a otro hombre. El hombre, con toda su capacidad de reacción, es el que hace al médico. Es muy importante el aspecto técnico, pero por encima de todo, son las condiciones humanas las que predominan y hacen al médico”.

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